El mito de Eco y Narciso
Anónimo
La ninfa Eco estaba triste, pálida, recluida en su cueva de los
bosques. La Diosa Hera había hecho caer sobre ella una terrible maldición: “A
partir de ahora sea que tu melodiosa voz se convertirá en susurro y sólo podrás
repetir las últimas palabras que otros pronuncien”. Hacía tiempo, Eco cantaba.
Cantaba y cantaba para distraer con su bello cántico a Hera, y que ésta no
descubriese a Zeus regalando amores a otras doncellas. Pero Hera la había
descubierto. Su dolor no sosegaba y no podía más que pasear a solas, lánguida,
con paso ciego, a través de la arbolada, haciendo crujir con sus pisadas las
ramitas y las hojas secas que alfombraban el bosque.
Narciso paseaba
solo, ajeno a sus compañeros de cacería, ajeno a todo, incluso a sí mismo.
Desconocía su desmesurada belleza y los encantos que prendaban de él a las
ninfas, a las doncellas y hasta al mismísimo dios Apolo. Él simplemente se
dedicaba a desdeñarles, dejándoles consumidos en el miserable pozo del
desprecio, abocados al dolor de sentirse nadie para quien lo era Todo. “Su
perdición será contemplar su propia imagen”- Había predicho el adivino Tiresias
el mismo día en que Narciso vio el mundo por vez primera. Y así había vivido
hasta entonces, alejado de reflejos y de espejos, halagado, admirado, fascinador
de miradas que no eran correspondidas, seductor nunca seducido y jamás tocado
por los dedos del Amor. Una rama crujió.
-“¿Quién está ahí?”-
- “Está ahí.... está ahí... está ahí....” – Respondió Eco. Abrazada por
Cupido, abrió sus enormes ojos al verse sorprendida por Narciso... y echó a
correr. Narciso la siguió.
- “¿Por qué huyes? Ven a mi”-
- “A mi.... a mi.....”-
Cuando se encontraron, Eco, con el corazón hechizado, tendió los brazos
a Narciso con intención de que, si bien su voz no podía expresar su amor inmenso,
pudiera sí demostrarlo con su entrega y su pasión. Pero fue la fría sonrisa de
él quien le tendió la mano, y sus palabras:
-“No pensarás que yo te amo”-
-“Te amo.... te amo.....”- Repitió Eco, desesperada, desfallecida, con
los brazos aún abiertos, vacíos y temblorosos, llenos de Amor... y sus enormes
ojos anegados en lágrimas.
- “Permitan los Dioses que me deshaga la muerte antes de que tú goces
de mi”- Narciso desapareció altanero. Y Eco, caminando despacio y sin fuerzas, arrastrando
ramitas crujientes a su paso lento, se recluyó de nuevo en su cueva. Su voz se
convirtió en un hilo: “Para él quieran los Dioses que, cuando ame como yo ahora
amo, desespere y sufra como mi alma sufre y desespera”. Y luego desapareció.
Pero Némesis, la Diosa de la Venganza, había escuchado el ruego de
aquél pensamiento sin voz, y como castigo condenó a Narciso a padecer una
inmensa sed.
El desesperado Narciso se acercó sin pensar a la orilla del riachuelo
más claro, más transparente, donde tenía el cielo su mejor espejo y, al ir a
beber, sus azules ojos contemplaron el rostro más bello que jamás hubiesen
visto o quizás imaginado. Aquella alegoría de la perfección no era sino él
mismo, su propio ser de quien se había al instante enamorado. La desesperación
por querer amarse y poseerse le hizo gritar enfurecido: “¡Dioses míos, de qué
clase cruel es este castigo! Me inyecta la sangre lo más prohibido del amor, el
amor que va conmigo, del que no puedo desprenderme aunque me aparte de la
imagen de este río, del que me seguirá entera y eternamente y que ni en los
confines de la misma Eternidad podrá ser mío. ¡Por qué he de ser yo merecedor
de este abismo! El mismo fuego que me devora es el que ahora yo atizo; a mi me
podrán amar otros, pero yo no puedo amarme a mi mismo porque no soy capaz de
encontrarme aún sin distancia que me separe del objeto de mi Amor, y ni
siquiera puedo morir por él sin arrastrar también su vida conmigo. ¿Cómo puedo
entonces ansiar vivir si no existe en el Amor ni en mí motivo?”
Lloraba Narciso. Lloraba aferrado a la orilla del riachuelo, con los
brazos extendidos y las puntas de sus cabellos rozando las cristalinas aguas
como queriendo tocar con ellas la imagen amada. El furor de su deseo, los rayos de sol bañados del celeste
azul, las hojas de la fronda y las mariposas reflejadas en las danzarinas
ondas, y los destellos luminosos desde el cristal del río, fueron regalando
colores a aquella figura exhausta, y aquella estatua esbelta, inerte,
enamorada, abrazada moribunda a la orilla, se convirtió en una flor. Quizás una
mano blanca la contempla y acaricia, susurrando su nombre como en un hilo de
voz... Quizás Eco riega con sus lágrimas de Amor a la flor de Narciso mientras
se reflejan juntas, siempre, en las aguas del río...
Hay también un video del mito si quieren mirar, el link es:
https://www.youtube.com/watch?feature=player_embedded&v=8Of4B50okVQ
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