TRABAJO
SOBRE CIENCIA FICCIÓN LITERATURA
Paranoia
de Alberto Vanasco
Mendizábal
había leído la noticia la noche anterior, antes de acostarse, pero
no le había prestado una especial atención. La había leído,
simplemente, entre otras informaciones y después había doblado el
periódico con sumo cuidado como era su costumbre, y se había ido a
la cama.
Ahora
lo había recordado y de un salto fue hasta el comedor y volvió con
el diario.
Buscó
la información y volvió a leerla. El cable decía así: “Málaga,
19 (U.P.) El sábado por la noche numerosas personas afirmaron haber
visto maniobrar sobre el mar una flotilla de objetos voladores que
luego se perdieron en lo alto. Al parecer se han observado fenómenos
similares en diferentes ciudades de Europa y América”.
Pequeñas
anomalías ocurridas esa mañana habían hecho que se acordara:
primero fue cuando Delia le trajo el desayuno y comprobó que ya eran
las siete y media de la mañana.
—Son
las siete y media —había dicho él, mientras se incorporaba sobre
un codo para poner la bandeja en el costado.
—Se
me hizo tarde —aclaró ella— Tuve que usar el calentador a
alcohol.
—¿Por
qué?
—No
hay gas.
—¿Lo
cortaron?
—Supongo
que sí. Ayer estaban arreglando las cañerías en la calle.
Pero
después, cuando fue a afeitarse, comprobó que tampoco había agua
en el baño.
—¡Tampoco
hay agua! —le dijo a su mujer.
—No.
Tampoco. Deben estar arreglando los caños de la calle. Tuve que
hacer café con lo que había quedado en la pava.
—Es
raro —se limitó a comentar él y trató de peinarse y de lavarse
los dientes con el poco de agua que había sobrado. Y cuando por fin
quiso prender la radio para escuchar el noticioso no tuvo más
remedio que aceptar que tampoco había corriente.
—Es
demasiado — dijo entonces, y en ese momento recordó la noticia:
trajo el diario y se echó de nuevo en la cama.
—Aquí
está la explicación —le dijo a Delia.
—¿La
explicación de qué? —dijo ella.
—De
todo. ¿Te parece normal que corten el gas, la luz y el agua, todo al
mismo tiempo?
—Sí,
creo que es normal —dijo ella—. Siempre están cortando algo.
Algún día tenía que faltar todo a la vez.
Mendizábal
le leyó entonces, en voz alta, la noticia que traía el diario.
Recordó después que el día anterior había leído algo parecido.
Buscó en la pila de periódicos que había debajo del televisor y no
tardó en encontrar la página. También le leyó a Delia esta
noticia: “Ayer han sido observados siete gigantescos OVNIS en siete
ciudades distintas de América latina. Se trata, según las
declaraciones de los testigos, de platos voladores madres pues han
visto desprenderse de ellos otras naves más pequeñas que al cabo de
realizar rápidos vuelos regresaron al aparato principal.”
—¿Y
eso qué tiene que ver? —dijo ella.
—Son
los marcianos. Al fin nos han invadido.
—Estás
loco —dijo Delia—. Vestite de una vez y andá a trabajar. Ya van
a ser las ocho.
—¿Dónde
está la portátil? —preguntó él.
Buscó
en el ropero y sacó la pequeña radio a transistores que en vano
intentó hacer funcionar: ningún sonido partía del diminuto
parlante.
—¿No
te lo dije? —insistió con maligna satisfacción-. Las radios han
dejado de transmitir. Toda la ciudad está en poder de los marcianos.
—Las
pilas están gastadas, eso es lo que sucede. Desde el año pasado que
no las cambiamos.
—Vos
a todo querés encontrarle una justificación. Pero yo te lo puedo
asegurar: han bajado a la Tierra y están ocupando todos los países.
Salieron
al balcón y desde aquel tercer piso pudieron contemplar la calle
desierta, los frentes de los negocios cerrados, los autos inmóviles,
vacíos junto a las dos aceras.
En
la esquina un policía cruzó la calzada y se detuvo un momento sobre
el cordón, con una pierna en alto, y después desapareció detrás
de la ochava. Pasó un ómnibus con tres pasajeros estáticos,
absortos, que miraban con fijeza hacia adelante como tratando de
reconstruir mentalmente y esforzadamente algo. Pasó también una
camioneta conducida por una monja y donde viajaban cuatro monjas más.
—¿Viste?
—dijo ella.
—Mirá
—dijo Mendizábal—. Los negocios están cerrados.
—Siempre
están cerrados a esta hora —dijo Delia—. Es mejor que te vayas
enseguida.
Lo
empujó hacia la puerta mientras le ayudaba a ponerse el saco, y
después lo oyó bajar las escaleras porque el ascensor, por
supuesto, no andaba.
Cuando
se vio sola fue hasta el teléfono y levantó el auricular: en
efecto, no había tono; discó dos o tres números y constató que
habían cortado la línea. Se asomó nuevamente a la calle y pudo
divisarlo a él cuando llegaba a la esquina y doblaba por la avenida
para esperar el ómnibus. En ese preciso momento una señora gorda
volvía del mercado con un bolso repleto y después de cruzar se fue
acercando con toda parsimonia por la vereda de enfrente. Delia cerró
las puertas del balcón y fue hasta la cocina de donde regresó con
el escobillón y un trapo para la limpieza,
No
había terminado de tender la cama cuando sintió el golpe de la
puerta al cerrarse; y Mendizábal se precipitó en el dormitorio y se
lanzó sobre el ropero de donde, después de subirse a una silla,
empezó a sacar cosas atropelladamente. Tiraba mantas y valijas sobre
la cama. Delia se había quedado allí tiesa, tensa, con una almohada
en las manos y la boca entreabierta.
—Te
lo dije, son ellos. Han ocupado la ciudad. Han tomado las casas. Y se
han llevado a la gente.
Lo
que Mendizábal estaba ahora sacando del estante superior del ropero
eran armas de fuego: una carabina, dos pistolas y una ametralladora
de mano.
Después
empezó a buscar y a sacar las cajas de proyectiles.
—¿De
dónde trajiste todo eso? -dijo Delia.
—Las
fui comprando de a poco para un caso como éste. Estaba seguro de que
pasaría.
Mendizábal
arrastró el armamento hasta el balcón y sin esperar más comenzó a
disparar ráfagas de ametralladora hacia la calle hasta terminar la
carga y después tiró con la carabina y por último empuñó las
pistolas. Disparaba hacia abajo, hacia la esquina, hacia las ventanas
del edificio público que tenían enfrente. Delia se había quedado
congelada, de pie en el centro del comedor con una mano tapándose la
boca.
—No
te quedés ahí como una estatua —le gritó él—. Cargame de
nuevo las armas.
Ella
se hincó junto a las cajas de proyectiles y repuso el cargador de la
metralleta y después el de la carabina. Mendizábal hacía fuego
ahora espaciadamente. A veces apuntaba con un gran cuidado y al rato,
por fin, tiraba. Por lo visto, todos en la vecindad se hallaban
ocultos.
Se
oyó llegar varios coches de la policía y sonar las sirenas agudas
como un alarido y en una de las ventanas de enfrente resonaba la voz
del megáfono:
—¿Hay
alguien más ahí en esa casa? ¿No puede usted detener a ese loco?
Delia
no respondió: se limitó a levantar un brazo haciendo un ademán que
quería ser de impotencia. Después, desde el otro lado de la calle,
también hacían fuego.
—Quienquiera
sea usted —seguía el megáfono, arroje las armas a la calle.
Dentro de unos segundos desalojaremos el edificio.
—¡Busquen
un médico! —gritó Delia—. ¡No está bien de los nervios!
—¡Vamos
a la azotea! —exclamó Mendizábal y tomándole una mano, la
arrastró a ella escaleras arriba, con todos sus paquetes de
municiones. Cuando llegó a la terraza cerró la puerta con llave y
se asomó sobre el antepecho barriendo la calle con las descargas de
su ametralladora.
Entonces,
desde un piso más alto, volviose a oír la voz del megáfono:
—Sixto
Mendizábal, sabemos quién es usted. No tema. No le pasará nada.
Arroje sus armas a la calle y levante los brazos.
La
única respuesta de Sixto fue una rabiosa, furiosa, cerrada,
interminable descarga contra los ventanales del edificio público. Se
oyó luego un grito y casi en seguida las sirenas de otros autos que
llegaban.
Delia
se debatía mientras tanto llenando y volviendo a llenar
compulsivamente el almacén de cada una de las armas, quemándose las
manos con los caños humeantes.
—Le
damos un minuto —dijo el megáfono—. Dentro de un minuto
asaltaremos esa azotea.
Delia
vio a varios uniformados que corrían a guarecerse tras las chimeneas
cercanas. Contó cinco, diez. Estaban rodeados. Lo miró después a
Sixto, enardecido, frenético, enajenado. En un arrebato de cordura
levantó las cuatro armas y las arrojó a la calle. Mendizábal se
volvió hacia ella:
—¿Por
qué lo hiciste? —dijo. Pero fue lo último que dijo. Los hombres
uniformados se aproximaron en círculo y con una descarga compacta
acabaron con él. Cayó con los brazos abiertos sobre las baldosas,
perforado como una bestia salvaje. Delia quedó de pie, inerte junto
al cuerpo de Sixto, como cataléptica, y cuando ellos se acercaron no
dirigieron ni una mirada al cadáver ni se ocuparon de él. La
tomaron a ella y le ataron los brazos atrás. Después, la condujeron
escaleras abajo.
Y
mientras se la llevaban en uno de los coches, con una mordaza en la
boca, ella pudo ver que cada uno de aquellos seres uniformados tenía
una cresta coriácea, una horripilante y monstruosa excrescencia de
escamas en la espalda, que les llegaba desde la cabeza hasta más
abajo de la cintura.
Preguntas
para
el cuento "Paranoia":
1- ¿Cuál es el
tema principal del cuento? ¿Qué mensaje o idea intenta transmitir
el autor?
2- ¿Qué papel
juega la noticia sobre los avistamientos de OVNIs en la trama del
cuento?
3- ¿Cómo se
desarrolla la paranoia del personaje principal, Mendizábal, a lo
largo de la historia?
4- ¿Qué efecto
tiene la falta de servicios básicos (gas, luz, agua) en la
percepción de la realidad por parte del personaje?
5- ¿Cómo reacciona
la esposa de Mendizábal ante sus teorías sobre los marcianos? ¿Qué
representa su actitud en la historia?
6- ¿Qué simbolizan
los objetos y personas estáticas en la calle? ¿Cómo contribuyen a
la sensación de paranoia?
7- ¿Cuál es el
desenlace del cuento? ¿Se resuelve la paranoia de Mendizábal o
queda sin respuesta?
8- ¿Cómo se
relaciona el título "Paranoia" con los eventos y la
mentalidad del personaje principal?
9- ¿Qué técnicas
literarias utiliza el autor para crear una atmósfera de tensión y
paranoia en el cuento?
10- ¿Qué
reflexiones personales o interpretaciones puedes hacer sobre el
cuento "Paranoia"?
Tres preguntas de
producción para desarrollar habilidades de escritura y análisis:
11- Escribe una
continuación del cuento "Paranoia" que explique qué
sucede con Mendizábal después de que su esposa lo empuja a salir de
casa. ¿Logra superar su paranoia o se profundiza aún más?
12- Imagina que eres
uno de los testigos que vio los OVNIs mencionados en el cuento.
Escribe un relato en primera persona de tu experiencia y cómo afectó
tu vida después de ese avistamiento.
13- Analiza cómo la
falta de servicios básicos (gas, luz, agua) afecta la percepción
del mundo por parte del personaje principal. Escribe un ensayo
argumentando si crees que la tecnología y los servicios públicos
son esenciales para nuestra comprensión del mundo o si pueden ser
prescindibles.
14- Imagina y
escribe un futuro posible en San Blas para una fecha como 2070. ¿Qué
sucede?… Mínimo 10 renglones.
15- Imagina y
escribe cómo evolucionará la ciencia y la tecnología con la
humanidad en el futuro, qué inventos y avances o no avances
imaginas.
Cuentos de ciencia
ficción de FREDRIC BROWN
Llamada
El
último hombre sobre la Tierra está sentado a solas en una
habitación. Llaman a la puerta.
Consigna
de trabajo: continúa
el cuento o realiza un texto suponiendo que sucede.
El
Final
El
profesor Jones había trabajado en la teoría del tiempo a lo largo
de muchos años.
—Y
he encontrado la ecuación clave —dijo un buen día a su hija—.
El tiempo es un campo. La máquina que he fabricado puede manipular,
e incluso invertir, dicho campo.
Apretando
un botón mientras hablaba, dijo:
—Esto
hará retroceder el tiempo el retroceder hará esto —dijo, hablaba
mientras botón un apretando.
—Campo
dicho, invertir incluso e, manipular puede fabricado he que
máquina la. Campo un es tiempo el. —Hija su a día buen un dijo—.
Clave ecuación la encontrado he y.
Años
muchos de largo lo a tiempo del teoría la en trabajado había Jones
profesor el.
Final
el
consignas de
trabajo: a ¿Qué es lo que sucede? B ¿Qué supones que
haría la primer máquina del tiempo y cómo y para qué la
usaríamos? C ¿Si cambias el pasado, cambiaría este presente o no?
D ¿Qué cambiarías si viajaras al pasado? E ¿Qué películas que
juegan con el viaje en el tiempo conoces?
PRÁCTICO
DE CUENTO DE CIENCIA FICCIÓN
AQUÍ
YACE EL WUB de Phillip K.
Dick
Faltaba
poco para terminar de cargar. El Optus, de pie, con los brazos
cruzados, fruncía el ceño. El capitán Franco bajó despacio por la
pasarela y sonrió.
—¿Qué
ocurre? —le preguntó—. Te pagan por esto.
El
Optus no dijo nada. Recogió sus túnicas y dio media vuelta. El
capitán pisó el borde de la túnica.
—Espera
un momento, no te vayas; aún no he terminado.
—¿De
veras? —El Optus se giró con dignidad—. Vuelvo a la aldea.
—Contempló los animales y los pájaros que eran conducidos hacia
la nave—. He de organizar nuevas cacerías.
Franco
encendió un cigarrillo.
—¿Por
qué no? A vosotros os basta con salir a campo abierto y seguir
pistas. Pero cuando estemos a mitad de camino entre Marte y la
Tierra...
El
Optus se marchó sin contestar. Franco se reunió con el primer
piloto al pie de la pasarela.
—¿Cómo
va todo? —Consultó el reloj—. Hemos hecho un buen negocio.
El
piloto le miró con cara de pocos amigos.
—¿Cómo
explica eso?
—¿Qué
le pasa? Los necesitamos más que ellos.
—Nos
veremos después, capitán.
El
piloto subió por la pasarela, y se abrió paso entre las aves
zancudas marcianas.
Franco
le vio desaparecer en el interior de la nave. Iba a seguirle los
pasos hacia la portilla cuando lo vio.
—¡Dios
mío!
Se
quedó mirando con las manos en las caderas. Peterson venía por el
sendero, con la cara congestionada, arrastrándolo con una cuerda.
—Lo
siento, capitán —dijo, manteniendo la cuerda tensa.
Franco
avanzó hacia él.
—¿Qué
es eso?
El
wub desplomó su enorme cuerpo lentamente. Se sentó con los ojos
entornados.
Algunas
moscas zumbaban sobre su flanco y las espantó con la cola.
Se
hizo el silencio.
—Es
un wub —explicó Peterson—. Se lo compré a un nativo por
cincuenta centavos.
Dijo
que era un animal muy raro. Muy respetado.
—¿Esto?
—Franco aguijoneó el inmenso flanco del wub—. ¡Si es un cerdo!
¡Un inmundo cerdo grande!
—Sí,
señor, es un cerdo. Los nativos lo llaman wub.
—Un
gran cerdo. Debe de pesar unos doscientos kilos.
Franco
agarró un mechón del hirsuto pelo. El wub jadeó. Abrió sus ojos
pequeños y húmedos, y su gran boca tembló.
Una
lágrima se deslizó por la mejilla del animal y cayó al suelo.
—Tal
vez sea comestible —dijo Peterson, nervioso.
—Pronta
lo averiguaremos —respondió Franco.
El
wub sobrevivió al despegue, profundamente dormido en el casco de la
nave. Cuando ya estaban en el espacio y todo funcionaba con
normalidad, el capitán Franco ordenó a sus hombres que subieran al
wub para dilucidar qué clase de animal era.
El
wub gruñó y resopló mientras ascendía a duras penas por el
pasaje.
—Vamos
—masculló Jones tirando de la cuerda.
El
wub se retorcía y rozaba su piel contra las lisas paredes cromadas.
Desembocó en la antecámara y cayó pesadamente al suelo. Los
hombres se levantaron de un salto.
—¡Santo
cielo! —exclamó French—. ¿Qué es eso?
—Peterson
dice que es un wub —respondió Jones—. Es suyo.
Le
dio una patada al wub, y el animal, jadeante, se puso en pie con
grandes dificultades.
—¿Y
ahora qué le pasa? —dijo French acercándose—. ¿Se va a poner
enfermo?
Todos
lo contemplaban. El wub puso los ojos en blanco y luego miró a los
hombres que le rodeaban.
—Quizá
tenga sed —aventuró Peterson.
Fue
a buscar agua. French meneó la cabeza.
—Ya
entiendo por qué tuvimos tantas dificultades para despegar. Me vi
obligado a revisar todos mis cálculos de lastre.
Peterson
volvió con el agua. El wub, agradecido, la lamió a grandes
lengüetazos y salpicó a la tripulación.
El
capitán Franco apareció en la puerta.
—Echémosle
un vistazo. —Avanzó con mirada escrutadora—. ¿Lo compraste por
cincuenta centavos?
—Sí,
señor —dijo Peterson—. Come de todo. Le di cereales y le
gustaron, y después patatas, forraje y las sobras de nuestra comida,
y leche. Creo que le gusta comer. Una vez ha llenado el estómago, se
echa a dormir.
—Entiendo.
Bien, me gustaría saber cuál es su sabor. Creo que no conviene
alimentarlo tanto, ya está bastante gordo. ¿Dónde está el
cocinero? Que se presente al instante. Quiero averiguar...
El
wub dejó de beber y miró al capitán.
—Le
sugiero, capitán, que hablemos de otros asuntos —dijo el wub.
Un
pesado silencio se abatió sobre la habitación.
—¿Quién
dijo eso? —preguntó el capitán Franco.
—El
wub, señor —dijo Peterson—. Habla.
Todos
miraron al wub.
—¿Qué
dijo? ¿Qué dijo?
—Sugirió
que habláramos de otras cosas.
Franco
se acercó al wub. Dio vueltas a su alrededor y lo examinó desde
todos los ángulos. Luego volvió a reunirse con sus hombres.
—Tal
vez haya un nativo en su interior —reflexionó en voz alta—. Tal
vez deberíamos abrirlo y confirmarlo.
—¡Dios
mío! —exclamó el wub—. ¿Sólo saben pensar en matar y
trinchar?
—¡Salga
de ahí! ¡Quienquiera que sea, salga! —gritó Franco con los puños
apretados.
No
se produjo el menor movimiento. Los hombres miraban al wub, pálidos
y procurando mantenerse muy juntos. El wub agitó la cola y eructó.
—Perdón
—se disculpó.
—Creo
que no hay nadie dentro —susurró Jones.
Los
hombres se miraron entre sí.
El
cocinero entró.
—¿Me
mandó llamar, capitán? ¿Qué es esto?
—Es
un wub —dijo Franco—. Nos lo comeremos. ¿Por qué no lo mide y
trata de...?
—Antes
que nada, deberíamos hablar —interrumpió el wub—. Con su
permiso, me gustaría discutir este asunto. Veo que no nos ponemos de
acuerdo en algunos puntos fundamentales.
El
capitán tardó un rato en contestar. El wub esperó pacientemente y
aprovechó para secarse el agua de las mandíbulas.
—Vamos
a mi despacho —dijo el capitán por fin.
Se
giró y salió de la habitación. El wub se levantó y fue tras él.
Los hombres lo siguieron con la mirada y oyeron como subía la
escalera.
—Me
gustaría saber cómo terminará todo esto —dijo el cocinero—.
Bien, vuelvo a la cocina. Informadme de cualquier novedad.
—Claro
—dijo Jones—. Claro.
El
wub se dejó caer en un rincón con un suspiro.
—Le
ruego me disculpe, pero me encantan todas las formas de descansar.
Cuando se es tan grande como yo...
El
capitán asintió con un gesto de impaciencia. Tomó asiento ante su
escritorio y entrelazó las manos.
—Bien,
empecemos de una vez. Es usted un wub, si no me equivoco.
—Creo
que sí. Quiero decir que así es como nos llaman los nativos, aunque
tenemos nuestra propia denominación.
—Habla
nuestro idioma. ¿Estuvo en contacto con terrícolas anteriormente?
—No.
—Entonces.
¿cómo lo hace?
—¿Hablar
su idioma? ¿Estoy hablando en su idioma? No soy consciente de hablar
ninguna lengua en particular. Examiné su mente...
—¿Mi
mente?
—Estudié
los contenidos, en especial el depósito semántico, como yo lo
llamo...
—Entiendo.
Telepatía, claro.
—Somos
una raza muy antigua. Muy antigua y voluminosa. Nos cuesta mucho
desplazarnos. Como comprenderá, algo tan lento y pesado está a
merced de formas más ágiles de vida. Consideramos que sería inútil
basar nuestra supervivencia en la fuerza física. Demasiado pesados
para correr, demasiado blandos para combatir, demasiado pacífico
para cazar por diversión...
—¿Y
de qué viven?
—Plantas,
vegetales, comemos casi de todo. Somos tolerantes, liberales y
eclécticos.
Vivimos
y dejamos vivir. Por eso hemos durado tanto. Y por eso me opuse con
tanta vehemencia a ser introducido en una olla. Vi la imagen en su
mente: la mayor parte de mi cuerpo en el congelador, otra en la olla,
un pedacito para el gato…
—¿Así
que lee la mente? —interrumpió el capitán—. Muy interesante.
¿Qué más?
Quiero
decir, ¿posee alguna otra capacidad semejante?
—Nada
importante —respondió el wub distraído, paseando la mirada por la
habitación—. Un bonito despacho, capitán, muy limpio. Respeto las
formas de vida que aman la pulcritud. Algunas aves marcianas son muy
aseadas: sacan los desperdicios del nido y luego barren.
—Fascinante,
pero volviendo a lo que hablábamos...
—Desde
luego. Usted habló de cocinarme. Según he oído, el sabor es
agradable. Un poco grasos, pero tiernos. Pero ¿cómo lograremos
establecer una relación perdurable entre su pueblo y el mío si
persiste en actitudes tan bárbaras? ¿Comerme? Deberíamos discutir
otras cuestiones: filosofía, arte...
—¡Filosofía!
—exclamó el capitán poniéndose en pie—. Quizá le interese
saber que el próximo mes apenas tendremos nada para comer, algunas
provisiones se han echado a perder...
—Lo
sé —asintió con la cabeza el wub—. Pero ¿no estaría más de
acuerdo con sus principios democráticos que lo sorteáramos? Después
de todo, la democracia consiste en proteger a las minorías de tales
abusos. Si cada uno tiene derecho a votar...
El
capitán caminó hacia la puerta.
—Está
loco —rezongó.
Abrió
la puerta. Abrió la boca.
Se
quedó petrificado, con la boca abierta, la mirada perdida, los dedos
aún sujetos al tirador.
El
wub le miró. Luego salió de la habitación y pasó por delante del
capitán. Se alejó por el corredor, absorto en sus pensamientos.
La
habitación estaba en silencio.
—Como
verá —dijo el wub— tenemos mitos comunes. Sus mentes albergan
muchos símbolos mitológicos familiares: Ishtar, Ulises...
Peterson
estaba sentado sin decir nada, con la vista fija en el suelo. Se
removió en su silla.
—Siga
—dijo—. Siga por favor.
—Su
Ulises es una figura común a casi todas las razas autoconscientes.
Desde mi punto de vista, Ulises vaga como un individuo consciente de
sí como tal. Es la idea de la separación, la separación de la
familia o del país. El proceso de individuación.
—Pero
Ulises acaba por volver a casa. —Peterson miró por el ojo de buey
las estrellas, las incontables estrellas que brillaban con intensidad
en el universo vacío—. Al final, vuelve a casa.
—Como
lo hacen todas las criaturas. El momento de la separación es un
período transitorio, un breve viaje del alma. Tiene un principio y
un fin. El viajero errante regresa a su país y a su raza...
La
puerta se abrió. El wub se calló y volvió su gran cabeza.
El
capitán Franco entró en la habitación seguido de sus hombres.
Titubearon en el umbral.
—¿Te
encuentras bien? —preguntó French.
—¿Te
refieres a mí? —replicó Peterson, sorprendido—. ¿Por qué?
—Ven
aquí —ordenó el capitán Franco empuñando una pistola—.
Levántate y acércate.
Hubo
un silencio.
—Adelante
—dijo el wub—. No importa.
Peterson
se puso en pie.
—¿Para
qué?
—Es
una orden.
Peterson
se dirigió hacia la puerta. French le cogió del brazo.
—¿Qué
pasa? —Peterson se soltó con un movimiento brusco—. ¿Qué os
pasa a todos?
El
capitán Franco avanzó hacia el wub. El wub le miró desde el rincón
en donde estaba echado junto a la pared.
—Es
interesante que siga obsesionado con la idea de comerme. Me pregunto
la razón.
—Levántese
—ordenó Franco.
—Si
insiste... —El wub se levantó con un gruñido—. Tenga paciencia.
Me cuesta mucho.
Logró
ponerse en pie, jadeando y con la lengua fuera.
—Mátelo
ya —dijo French.
—¡Por
el amor de Dios! —exclamó Peterson.
Jones
se giró hacia él con los ojos llenos de miedo.
—Tú
no le viste... como una estatua con la boca abierta. Aún seguiría
allí si no hubiéramos bajado.
—¿Quién?
¿El capitán? —preguntó Peterson— Pero si ya está bien.
Todos
miraban al wub, parado en mitad de la habitación. Respiraba
entrecortadamente.
—Vamos
—dijo Franco—. Apártense.
Los
hombres se apelotonaron en la puerta.
—Tiene
miedo. ¿verdad? —habló el wub— ¿Qué le he hecho?. Me repugna
la idea de lastimar a alguien. Sólo he intentado protegerme.
¿Esperaba que me precipitara alegremente hacia mi muerte? Soy un ser
tan sensible como ustedes. Tenía curiosidad por ver su nave, por
saber algo más sobre sus costumbres. Le sugerí al nativo...
La
pistola osciló.
—¿Ven?
—dijo Franco—. Ya me lo pensaba.
El
wub se tiró al suelo, tembloroso. Estiró las patas y enrolló la
cola.
—Hace
mucho calor —dijo—. Debemos estar cerca de los motores. Energía
atómica.
Desde
un punto de vista técnico han logrado cosas maravillosas, pero sus
científicos no están preparados para resolver problemas morales,
éticos...
Franco
se volvió hacia los tripulantes, apiñados a su espalda, silenciosos
y con los ojos abiertos de par en par.
—Yo
lo haré. Pueden mirar, si quieren.
—Trate
de darle en el cerebro —aprobó French—. No es comestible. No
tire al pecho.
Si
la caja torácica revienta, tendremos que ir sacando los huesos.
—Escuchad
—dijo Peterson lamiéndose los labios—. ¿Qué ha hecho? ¿Ha
causado algún mal? Os estoy haciendo una pregunta. Y, además, es
mío. No tenéis derecho a matarlo. No es vuestro.
Franco
levantó la pistola.
—Yo
me voy —dijo Jones, pálido y descompuesto—. No quiero verlo.
—Yo
también —le imitó French.
Ambos
salieron tropezando y murmurando. Peterson permaneció junto a la
puerta.
—Me
hablaba de los mitos —musitó—. Es incapaz de hacerle daño a
nadie.
Se
marchó.
Franco
se acercó al wub. Éste levantó los ojos y tragó saliva.
—Qué
locura —dijo—. Lamento que desee hacerlo. Recuerdo una parábola
de su Salvador...
Se
interrumpió y fijó la vista en la pistola.
—¿Será
capaz de mirarme a los ojos cuando lo haga? ¿Será capaz?
—Desde
luego. Allá en la granja teníamos cerdos, apestosos jabalíes.
Claro que seré capaz.
Sin
apartar la mirada de los ojos húmedos y brillantes del wub, apretó
el gatillo.
El
sabor era excelente.
Estaban
sentados con semblante de tristeza alrededor de la mesa; algunos
apenas comían. El único que parecía disfrutar del plato era el
capitán Franco.
—¿Más?
—preguntó—. ¿Más? ¿Un poco más de vino?
—Yo
no —respondió French—. Vuelvo a la sala de control.
—Yo
tampoco. —Jones se puso en pie y empujó la silla hacia atrás—.
Nos veremos más tarde.
El
capitán les vio marcharse. Algunos de los que quedaban también se
excusaron.
—¿Qué
les ocurre a todos? —preguntó el capitán a Peterson.
Éste
permanecía sentado con la vista fija en el plato, en las patatas, en
los guisantes y en el trozo de carne humeante y tierna.
Abrió
la boca, pero no emitió ningún sonido.
El
capitán apoyó la mano en el hombro de Peterson.
—Ahora
es tan sólo materia orgánica. La esencia vital ha desaparecido.
—Mojó un trozo de pan en la salsa—. Me gusta comer. Es uno de
los grandes placeres de la vida.
Comer,
descansar, meditar, discutir de algunas cosas.
Peterson
asintió con un gesto. Otros dos hombres se levantaron y se
marcharon. El capitán bebió agua y suspiró.
—Bien,
he de admitir que es una comida muy agradable. Todo lo que me habían
dicho acerca del... sabor del wub era cierto. Exquisito. Aunque me
advirtieron, hace tiempo, que no lo hiciera nunca.
Se
secó los labios con la servilleta y se recostó en la silla.
Peterson miraba la mesa con expresión de tristeza.
El
capitán le observó atentamente. Luego se inclinó hacia adelante.
—Vamos,
vamos, anímese. Hablemos de cualquier cosa.
Sonrió.
—Como
decía antes de que me interrumpieran, el papel de Ulises en los
mitos...
Peterson
se levantó de un salto con los ojos bien abiertos.
—Como
iba diciendo, Ulises, desde mi punto de vista...
Guía
de trabajo para resolver.
¿Cuál
es el tema principal de "Aquí Yace el Wub"?
¿Quiénes
son los personajes principales de la historia?
¿De
qué especie es el Wub?
¿Qué
sucede cuando el Wub habla con los humanos?
¿Por
qué los humanos quieren matar al Wub?
¿Cuál
es la actitud del Capitán Franco hacia el Wub?
¿Cómo
se siente el Wub acerca de su situación?
¿Cuál
es la moraleja de la historia?
Tres
preguntas relacionadas con la sociedad y la filosofía sobre "Aquí
Yace el Wub": elige dos
¿Cómo
se relaciona la historia de "Aquí Yace el Wub" con la
idea de la empatía y la compasión hacia otros seres vivos?
¿Qué
reflexiones se pueden hacer sobre el poder y la opresión en la
sociedad, a partir de la relación entre los humanos y el Wub?
¿Cómo
se puede interpretar la actitud del Capitán Franco hacia el Wub, en
términos de la ética y la moralidad?
Consignas
de producción para trabajar con "Aquí Yace el Wub":
elige dos.
Imagina
que eres el Wub. Escribe un diario que narre tus pensamientos y
sentimientos a lo largo de la historia. ¿Cómo te sientes al ser
capturado por los humanos? ¿Qué piensas de su actitud hacia ti?
¿Cómo cambia tu perspectiva a lo largo de la historia?
Escribe
un ensayo en el que reflexiones sobre la relación entre los seres
humanos y otras especies animales. ¿Cuál es nuestra
responsabilidad hacia los animales? ¿Cómo podemos equilibrar
nuestras necesidades y deseos con los derechos de los animales?
Utiliza ejemplos de la historia para apoyar tus argumentos.
Crea
una obra de teatro corta que represente una conversación entre el
Capitán Franco y el Wub, después de que el Wub ha sido capturado.
¿Qué discuten? ¿Cómo se relacionan los personajes? ¿Qué
conclusiones se pueden extraer de su conversación?
Escribe
un final alternativo para "Aquí Yace el Wub". ¿Cómo
podría haber terminado la historia de manera diferente? ¿Qué
cambios tendrían que haber ocurrido en la trama o en los personajes
para que el final fuera distinto? ¿Qué moraleja tendría ese final
alternativo?
Crea
un cómic que narre la historia de "Aquí Yace el Wub".
Utiliza viñetas y diálogos para representar los momentos clave de
la historia, y asegúrate de incluir detalles visuales que ayuden a
transmitir el ambiente y el tono de la historia. ¿Cómo adaptas la
historia a un formato visual? ¿Qué elementos visuales destacas o
enfatizas en tu cómic?
Dos
consignas de producción adicionales con la temática de ciencia
ficción en "Aquí Yace el Wub": elige una
Escribe un relato corto de ciencia ficción que se desarrolle
en el mismo universo que "Aquí Yace el Wub". Utiliza
elementos del cuento original, como la idea de viajar en el espacio,
el contacto con otras especies, o la exploración de temas éticos y
filosóficos. ¿Cómo amplías o desarrollas el universo del cuento
original? ¿Qué nuevos personajes o situaciones incluyes en tu
relato?
Crea un mapa mental que represente las ideas y los temas de
ciencia ficción presentes en "Aquí Yace el Wub". Utiliza
diferentes colores o formas para representar diferentes elementos,
como los temas de opresión y poder, la exploración de especies
alienígenas, o las reflexiones sobre la moralidad y la ética.
¿Cómo conectas las diferentes ideas y temas presentes en el
cuento? ¿Qué conclusiones se pueden extraer a partir de tu mapa
mental?