PARA TERCER AÑO SAN BLAS
Paranoia Alberto Vanasco
Mendizábal había leído la noticia la noche anterior, antes
de acostarse, pero no le había prestado una especial atención. La había leído,
simplemente, entre otras informaciones y después había doblado el periódico con
sumo cuidado como era su costumbre, y se había ido a la cama.
Ahora lo había recordado y de un salto fue hasta el comedor
y volvió con el diario.
Buscó la información y volvió a leerla. El cable decía así:
“Málaga, 19 (U.P.) El sábado por la noche numerosas personas afirmaron haber
visto maniobrar sobre el mar una flotilla de objetos voladores que luego se
perdieron en lo alto. Al parecer se han observado fenómenos similares en
diferentes ciudades de Europa y América”.
Pequeñas anomalías ocurridas esa mañana habían hecho que se
acordara: primero fue cuando Delia le trajo el desayuno y comprobó que ya eran
las siete y media de la mañana.
—Son las siete y media —había dicho él, mientras se
incorporaba sobre un codo para poner la bandeja en el costado.
—Se me hizo tarde —aclaró ella— Tuve que usar el calentador
a alcohol.
—¿Por qué?
—No hay gas.
—¿Lo cortaron?
—Supongo que sí. Ayer estaban arreglando las cañerías en la
calle.
Pero después, cuando fue a afeitarse, comprobó que tampoco
había agua en el baño.
—¡Tampoco hay agua! —le dijo a su mujer.
—No. Tampoco. Deben estar arreglando los caños de la calle.
Tuve que hacer café con lo que había quedado en la pava.
—Es raro —se limitó a comentar él y trató de peinarse y de
lavarse los dientes con el poco de agua que había sobrado. Y cuando por fin
quiso prender la radio para escuchar el noticioso no tuvo más remedio que
aceptar que tampoco había corriente.
—Es demasiado — dijo entonces, y en ese momento recordó la
noticia: trajo el diario y se echó de nuevo en la cama.
—Aquí está la explicación —le dijo a Delia.
—¿La explicación de qué? —dijo ella.
—De todo. ¿Te parece normal que corten el gas, la luz y el
agua, todo al mismo tiempo?
—Sí, creo que es normal —dijo ella—. Siempre están cortando
algo. Algún día tenía que faltar todo a la vez.
Mendizábal le leyó entonces, en voz alta, la noticia que
traía el diario. Recordó después que el día anterior había leído algo parecido.
Buscó en la pila de periódicos que había debajo del televisor y no tardó en
encontrar la página. También le leyó a Delia esta noticia: “Ayer han sido
observados siete gigantescos OVNIS en siete ciudades distintas de América
latina. Se trata, según las declaraciones de los testigos, de platos voladores
madres pues han visto desprenderse de ellos otras naves más pequeñas que al
cabo de realizar rápidos vuelos regresaron al aparato principal.”
—¿Y eso qué tiene que ver? —dijo ella.
—Son los marcianos. Al fin nos han invadido.
—Estás loco —dijo Delia—. Vestite de una vez y andá a
trabajar. Ya van a ser las ocho.
—¿Dónde está la portátil? —preguntó él.
Buscó en el ropero y sacó la pequeña radio a transistores
que en vano intentó hacer funcionar: ningún sonido partía del diminuto
parlante.
—¿No te lo dije? —insistió con maligna satisfacción-. Las
radios han dejado de transmitir. Toda la ciudad está en poder de los marcianos.
—Las pilas están gastadas, eso es lo que sucede. Desde el
año pasado que no las cambiamos.
—Vos a todo querés encontrarle una justificación. Pero yo te
lo puedo asegurar: han bajado a la Tierra y están ocupando todos los países.
Salieron al balcón y desde aquel tercer piso pudieron
contemplar la calle desierta, los frentes de los negocios cerrados, los autos
inmóviles, vacíos junto a las dos aceras.
En la esquina un policía cruzó la calzada y se detuvo un
momento sobre el cordón, con una pierna en alto, y después desapareció detrás
de la ochava. Pasó un ómnibus con tres pasajeros estáticos, absortos, que
miraban con fijeza hacia adelante como tratando de reconstruir mentalmente y
esforzadamente algo. Pasó también una camioneta conducida por una monja y donde
viajaban cuatro monjas más.
—¿Viste? —dijo ella.
—Mirá —dijo Mendizábal—. Los negocios están cerrados.
—Siempre están cerrados a esta hora —dijo Delia—. Es mejor
que te vayas enseguida.
Lo empujó hacia la puerta mientras le ayudaba a ponerse el
saco, y después lo oyó bajar las escaleras porque el ascensor, por supuesto, no
andaba.
Cuando se vio sola fue hasta el teléfono y levantó el
auricular: en efecto, no había tono; discó dos o tres números y constató que
habían cortado la línea. Se asomó nuevamente a la calle y pudo divisarlo a él
cuando llegaba a la esquina y doblaba por la avenida para esperar el ómnibus.
En ese preciso momento una señora gorda volvía del mercado con un bolso repleto
y después de cruzar se fue acercando con toda parsimonia por la vereda de
enfrente. Delia cerró las puertas del balcón y fue hasta la cocina de donde
regresó con el escobillón y un trapo para la limpieza,
No había terminado de tender la cama cuando sintió el golpe
de la puerta al cerrarse; y Mendizábal se precipitó en el dormitorio y se lanzó
sobre el ropero de donde, después de subirse a una silla, empezó a sacar cosas
atropelladamente. Tiraba mantas y valijas sobre la cama. Delia se había quedado
allí tiesa, tensa, con una almohada en las manos y la boca entreabierta.
—Te lo dije, son ellos. Han ocupado la ciudad. Han tomado
las casas. Y se han llevado a la gente.
Lo que Mendizábal estaba ahora sacando del estante superior
del ropero eran armas de fuego: una carabina, dos pistolas y una ametralladora
de mano.
Después empezó a buscar y a sacar las cajas de proyectiles.
—¿De dónde trajiste todo eso? -dijo Delia.
—Las fui comprando de a poco para un caso como éste. Estaba
seguro de que pasaría.
Mendizábal arrastró el armamento hasta el balcón y sin
esperar más comenzó a disparar ráfagas de ametralladora hacia la calle hasta
terminar la carga y después tiró con la carabina y por último empuñó las
pistolas. Disparaba hacia abajo, hacia la esquina, hacia las ventanas del
edificio público que tenían enfrente. Delia se había quedado congelada, de pie
en el centro del comedor con una mano tapándose la boca.
—No te quedés ahí como una estatua —le gritó él—. Cargame de
nuevo las armas.
Ella se hincó junto a las cajas de proyectiles y repuso el
cargador de la metralleta y después el de la carabina. Mendizábal hacía fuego
ahora espaciadamente. A veces apuntaba con un gran cuidado y al rato, por fin,
tiraba. Por lo visto, todos en la vecindad se hallaban ocultos.
Se oyó llegar varios coches de la policía y sonar las
sirenas agudas como un alarido y en una de las ventanas de enfrente resonaba la
voz del megáfono:
—¿Hay alguien más ahí en esa casa? ¿No puede usted detener a
ese loco?
Delia no respondió: se limitó a levantar un brazo haciendo
un ademán que quería ser de impotencia. Después, desde el otro lado de la
calle, también hacían fuego.
—Quienquiera sea usted —seguía el megáfono, arroje las armas
a la calle. Dentro de unos segundos desalojaremos el edificio.
—¡Busquen un médico! —gritó Delia—. ¡No está bien de los
nervios!
—¡Vamos a la azotea! —exclamó Mendizábal y tomándole una
mano, la arrastró a ella escaleras arriba, con todos sus paquetes de
municiones. Cuando llegó a la terraza cerró la puerta con llave y se asomó
sobre el antepecho barriendo la calle con las descargas de su ametralladora.
Entonces, desde un piso más alto, volviose a oír la voz del
megáfono:
—Sixto Mendizábal, sabemos quién es usted. No tema. No le
pasará nada. Arroje sus armas a la calle y levante los brazos.
La única respuesta de Sixto fue una rabiosa, furiosa,
cerrada, interminable descarga contra los ventanales del edificio público. Se
oyó luego un grito y casi en seguida las sirenas de otros autos que llegaban.
Delia se debatía mientras tanto llenando y volviendo a
llenar compulsivamente el almacén de cada una de las armas, quemándose las
manos con los caños humeantes.
—Le damos un minuto —dijo el megáfono—. Dentro de un minuto
asaltaremos esa azotea.
Delia vio a varios uniformados que corrían a guarecerse tras
las chimeneas cercanas. Contó cinco, diez. Estaban rodeados. Lo miró después a
Sixto, enardecido, frenético, enajenado. En un arrebato de cordura levantó las
cuatro armas y las arrojó a la calle. Mendizábal se volvió hacia ella:
—¿Por qué lo hiciste? —dijo. Pero fue lo último que dijo.
Los hombres uniformados se aproximaron en círculo y con una descarga compacta
acabaron con él. Cayó con los brazos abiertos sobre las baldosas, perforado
como una bestia salvaje. Delia quedó de pie, inerte junto al cuerpo de Sixto,
como cataléptica, y cuando ellos se acercaron no dirigieron ni una mirada al
cadáver ni se ocuparon de él. La tomaron a ella y le ataron los brazos atrás.
Después, la condujeron escaleras abajo.
Y mientras se la llevaban en uno de los coches, con una
mordaza en la boca, ella pudo ver que cada uno de aquellos seres uniformados
tenía una cresta coriácea, una horripilante y monstruosa excrescencia de
escamas en la espalda, que les llegaba desde la cabeza hasta más abajo de la
cintura.
Actividades sugeridas:
1. Transcribí en la carpeta los
indicios que sugieren al protagonista la idea de una invasión extraterrestre.
2. ¿Qué dice su mujer al respecto? ¿Qué argumentos utiliza para rebatir esas
ideas?
3. ¿Qué medidas adopta Sixto? ¿Cuál es la actitud de su esposa?
4. Comentá el final del relato y explicá si esperabas ese desenlace.
5. Como un periodista, escribí la breve noticia del suceso.
6. Dibujá o describí en detalle una de las criaturas del cuento tal como las
imaginás.
Otras actividades:
1. ¿Qué significan las siguientes palabras? Paranoia, megáfono, cataléptica,
coriácea, excrecencia. (Buscá alguna otra si no la entendés)
2. ¿Por qué Paranoia es un cuento de ciencia ficción? ¿A qué tipo pertenece?
3. ¿En qué subgénero de la ciencia ficción ubicarías este cuento? ¿Por qué?
4. ¿Qué tipo de narrador posee el texto? Justifica con un fragmento.
5. Responde: a. ¿Qué anomalías observa el protagonista? b. ¿Cuál es la actitud
de la esposa?
c. ¿Por qué estaba armado? d. ¿Qué
hechos ocurridos en el mundo apoyan su teoría?
e. ¿Cómo interpretas el final del cuento?
6. Realiza la secuencia narrativa del cuento.
7. ¿Qué tiempo verbal se utiliza para señalar acciones anteriores a otras
acciones pasadas? Transcriban 2 ejemplos.
8. ¿Qué tiempo verbal se emplea en los diálogos?
1. Transcribí en la carpeta los indicios que sugieren al protagonista la idea de una invasión extraterrestre.
2. ¿Qué dice su mujer al respecto? ¿Qué argumentos utiliza para rebatir esas ideas?
3. ¿Qué medidas adopta Sixto? ¿Cuál es la actitud de su esposa?
4. Comentá el final del relato y explicá si esperabas ese desenlace.
5. Como un periodista, escribí la breve noticia del suceso.
6. Dibujá o describí en detalle una de las criaturas del cuento tal como las imaginás.
Otras actividades:
1. ¿Qué significan las siguientes palabras? Paranoia, megáfono, cataléptica, coriácea, excrecencia. (Buscá alguna otra si no la entendés)
2. ¿Por qué Paranoia es un cuento de ciencia ficción? ¿A qué tipo pertenece?
3. ¿En qué subgénero de la ciencia ficción ubicarías este cuento? ¿Por qué?
4. ¿Qué tipo de narrador posee el texto? Justifica con un fragmento.
5. Responde: a. ¿Qué anomalías observa el protagonista? b. ¿Cuál es la actitud de la esposa?
c. ¿Por qué estaba armado? d. ¿Qué hechos ocurridos en el mundo apoyan su teoría?
e. ¿Cómo interpretas el final del cuento?
No hay comentarios:
Publicar un comentario