lunes, 16 de marzo de 2020

AVISO IMPORTANTE

hola chicos, les aviso que este blog no lo voy a usar tanto.
hice blogs para cada curso que dicen
primero:    literaturaviedma1@blogspot.com
segundo: literaturaviedma2@blogspot.com
tercero: literaturaviedma3@blogspot.com
cuarto: literaturaviedma4@blogspot.com
quinto: literaturaviedma5@blogspot.com
sexto: literaturaviedma6@blogspot.com

A partir de ahora tendrán un blog por curso para trabajar tranquilos y sin confusiones. Saludos y buen trabajo.

LAS MEDIAS DE LOS FLAMENCOS Horacio Quiroga

Hola chicos, aquí les dejo un cuento interesante para leer y trabajar en estos días. Al final está el cuestionario.


Las medias de los flamencos, de Horacio Quiroga más preguntas


 PARA PRIMER AÑO
                                   LAS MEDIAS DE LOS FLAMENCOS  Horacio Quiroga          

Cierta vez las víboras dieron un gran baile. Invitaron a las ranas y los sapos, a los flamencos, y a los yacarés y los pescados. Los pescados, como no caminan, no pudieron bailar; pero siendo el baile a la orilla del río, los pescados estaban asomados a la arena, y aplaudían con la cola.
Los yacarés, para adornarse bien, se habían puesto en el pescuezo un collar de bananas, y fumaban cigarros paraguayos. Los sapos se habían pegado escamas de pescado en todo el cuerpo, y caminaban meneándose, como si nadaran. Y cada vez que pasaban muy serios por la orilla del río, los pescados les gritaban haciéndoles burla.
Las ranas se habían perfumado todo el cuerpo, y caminaban en dos pies. Además, cada una llevaba colgando como un farolito, una luciérnaga que se balanceaba.
Pero las que estaban hermosísimas eran las víboras. Todas sin excepción, estaban vestidas con traje de bailarina, del mismo color de cada víbora. Las víboras coloradas llevaban una pollerita de tul colorado; las verdes, una de tul verde; las amarillas, otra de tul amarillo; y las yararás, una pollerita de tul gris pintada con rayas de polvo de ladrillo y ceniza, porque así es el color de las yararás.
Y las más espléndidas de todas eran las víboras de coral, que estaban vestidas con larguísimas gasas rojas, blancas y negras, y bailaban como serpentinas. Cuando las víboras danzaban y daban vueltas apoyadas en las puntas de la cola, todos los invitados aplaudían como locos.
Sólo los flamencos, que entonces tenían las patas blancas, y tienen ahora como antes la nariz muy gruesa y torcida, sólo los flamencos estaban tristes, porque como tienen muy poca inteligencia, no habían sabido cómo adornarse. Envidiaban el traje de todos, y sobre todo el de las víboras de coral. Cada vez que una víbora pasaba por delante de ellos, coqueteando y haciendo ondular las gasas de serpentina, los flamencos se morían de envidia.
Un flamenco dijo entonces:
–Yo sé lo que vamos a hacer. Vamos a ponernos medias coloradas, blancas y negras, y las víboras de coral se van a enamorar de nosotros.
Y levantando todos el vuelo, cruzaron el río y fueron a golpear en un almacén del pueblo.
– ¡Tantan! –pegaron con las patas.
– ¿Quién es? –respondió el almacenero.
–Somos los flamencos. ¿Tiene medias coloradas, blancas y negras?
–No, no hay –contestó el almacenero–. ¿Están locos? En ninguna parte van a encontrar medias así.
Los flamencos fueron entonces a otro almacén.
– ¡Tantan! ¿Tiene medias coloradas, blancas y negras?
El almacenero contestó:
–¿Cómo dice? ¿Coloradas, blancas y negras? No hay medias así en ninguna parte. Ustedes están locos. ¿Quiénes son?
–Somos los flamencos –respondieron ellos.
Y el hombre dijo:
–Entonces son con seguridad flamencos locos.
Fueron entonces a otro almacén.
– ¡Tantan! ¿Tiene medias coloradas, blancas y negras?
El almacenero gritó:
– ¿De qué color? ¿Coloradas, blancas y negras? Solamente a pájaros narigudos como ustedes se les ocurre pedir medias así. ¡Váyanse enseguida!
Y el hombre los echó con la escoba.
Los flamencos recorrieron así todos los almacenes, y de todas partes los echaban por locos.
Entonces un tatú, que había ido a tomar agua al río, se quiso burlar de los flamencos y les dijo, haciéndoles un gran saludo:
– ¡Buenas noches, señores flamencos! Yo sé lo que ustedes buscan. No van a encontrar medias así en ningún almacén. Tal vez haya en Buenos Aires, pero tendrán que pedirlas por encomienda postal. Mi cuñada, la lechuza, tiene medias así. Pídanselas, y ella les va a dar las medias coloradas, blancas y negras.
Los flamencos le dieron las gracias, y se fueron volando a la cueva de la lechuza. Y le dijeron:
– ¡Buenas noches, lechuza! Venimos a pedirle las medias coloradas, blancas y negras. Hoy es el gran baile de las víboras, y si nos ponemos esas medias, las víboras de coral se van a enamorar de nosotros.
– ¡Con mucho gusto! –respondió la lechuza–. Esperen un segundo, y vuelvo enseguida.
Y echando a volar, dejó solos a los flamencos; y al rato volvió con las medias. Pero no eran medias, sino cueros de víbora de coral, lindísimos cueros recién sacados a las víboras que la lechuza había cazado.
–Aquí están las medias –les dijo la lechuza–. No se preocupen de nada, sino de una sola cosa: bailen toda la noche, bailen sin parar un momento, bailen de costado, de pico, de cabeza, como ustedes quieran; pero no paren un momento, porque en vez de bailar van entonces a llorar.
Pero los flamencos, como son tan tontos, no comprendían bien qué gran peligro había para ellos en eso, y locos de alegría se pusieron los cueros de las víboras de coral, como medias, metiendo las patas dentro de los cueros que eran como tubos. Y muy contentos se fueron volando al baile.
Cuando vieron a los flamencos con sus hermosísimas medias, todos les tuvieron envidia. Las víboras querían bailar con ellos, únicamente, y como los flamencos no dejaban un instante de mover las patas, las víboras no podían ver bien de qué estaban hechas aquellas preciosas medias.
Pero poco a poco, sin embargo, las víboras comenzaron a desconfiar. Cuando los flamencos pasaban bailando al lado de ellas, se agachaban hasta el suelo para ver bien.
Las víboras de coral, sobre todo, estaban muy inquietas. No apartaban la vista de las medias, y se agachaban también, tratando de tocar con la lengua las patas de los flamencos, porque la lengua de las víboras es como la mano de las personas. Pero los flamencos bailaban y bailaban sin cesar, aunque estaban cansadísimos y ya no podían más.
Las víboras de coral, que conocieron esto, pidieron enseguida a las ranas sus farolitos, que eran bichitos de luz, y esperaron todas juntas a que los flamencos se cayeran de cansados.
Efectivamente, un minuto después, un flamenco, que ya no podía más, tropezó con el cigarro de un yacaré, se tambaleó y cayó de costado. Enseguida las víboras de coral corrieron con sus farolitos, y alumbraron bien las patas del flamenco. Y vieron qué eran aquellas medias, y lanzaron un silbido que se oyó desde la orilla del Paraná.
– ¡No son medias! –gritaron las víboras –. ¡Sabemos lo que es! ¡Nos han engañado! ¡Los flamencos han matado a nuestras hermanas y se han puesto sus cueros como medias! ¡Las medias que tienen son de víbora de coral!
Al oír esto, los flamencos, llenos de miedo porque estaban descubiertos, quisieron volar; pero estaban tan cansados que no pudieron levantar una sola ala. Entonces las víboras de coral se lanzaron sobre ellos, y enroscándose en sus patas les deshicieron a mordiscones las medias. Les arrancaban las medias a pedazos, enfurecidas, y les mordían también las patas, para que se murieran.
Los flamencos, locos de dolor, saltaban de un lado para otro, sin que las víboras de coral se desenroscaran de sus patas. Hasta que al fin, viendo que ya no quedaba un solo pedazo de media, las víboras los dejaron libres, cansadas y arreglándose las gasas de su traje de baile.
Además, las víboras de coral estaban seguras de que los flamencos iban a morir, porque la mitad, por lo menos, de las víboras de coral que los habían mordido, eran venenosas.
Pero los flamencos no murieron. Corrieron a echarse al agua, sintiendo un grandísimo dolor. Gritaban de dolor, y sus patas, que eran blancas, estaban entonces coloradas por el veneno de las víboras. Pasaron días y días, y siempre sentían terrible ardor en las patas, y las tenían siempre de color de sangre, porque estaban envenenadas.
Hace de esto muchísimo tiempo. Y ahora todavía están los flamencos casi todo el día con sus patas coloradas metidas en el agua, tratando de calmar el ardor que sienten en ellas.
A veces se apartan de la orilla, y dan unos pasos por tierra, para ver cómo se hallan. Pero los dolores del veneno vuelven enseguida, y corren a meterse en el agua. A veces el ardor que sienten es tan grande, que encogen una pata y quedan así horas enteras, porque no pueden estirarla.
Esta es la historia de los flamencos, que antes tenían las patas blancas y ahora las tienen coloradas. Todos los pescados saben por qué es, y se burlan de ellos. Pero los flamencos, mientras se curan en el agua, no pierden ocasión de vengarse, comiéndose a cuanto pescadito se acerca demasiado a burlarse de ellos.

Responder:
1-       Busca cinco palabras que no entiendas y cópialas en la carpeta.
2-       ¿Donde sucede el cuento? Copia dos frases en donde se describa parte del paisaje.
3-       ¿Cuál es el tema que trata este cuento?
4-       ¿Cuál es el conflicto y cómo se resuelve?
5-       ¿Qué características tienen los animales?
6-       ¿Cuáles son los animales que se preocupan por la apariencia? ¿Está bien lo que les sucede?
7-       Piensa en uno de los pecados capitales y escribe un cuento con animales representando ese tema.

viernes, 13 de marzo de 2020

Mujeres desesperadas, de Samanta Schweblin

PARA TERCER AÑO

Les subo el cuento que estamos trabajando por si alguien lo necesita, excelente trabajo hoy en la clase.



MUJERES DESESPERADAS

De Samanta Schweblin


         Parada en el medio de la ruta Felicidad ha creído ver, en el horizonte, el débil reflejo de las luces traseras del auto. Ahora, en la oscuridad cerrada del campo, sólo se distinguen la luna y su vestido de novia. Sentada sobre una piedra junto a la puerta del baño concluye que no tendría que haber tardado tanto. Desprende del tul algunos granos de arroz. Apenas puede adivinar el paisaje: el campo, la ruta y el baño.
Quiere llorar, pero todavía no puede. Corrige los pliegues del vestido, se mira las uñas, y contempla, cada tanto, la ruta por la que él se ha ido. Entonces algo sucede:
-No vuelven- dice una mujer.
Felicidad se asusta y grita. Por un segundo cree encontrarse frente a un fantasma. Intenta controlarse, pero el cuerpo no deja de temblarle. Mira a la mujer: nada parece sobresaltarla, tiene una expresión vieja y amarga, aunque conserva entre las arrugas grandes ojos claros y labios de perfectas dimensiones.
-La ruta es una mierda- dice la mujer. Saca de su bolsillo un cigarrillo, lo enciende y se lo lleva a la boca- Una mierda. Lo peor…
Una luz blanca aparece en la ruta, las ilumina al pasar, y se esfuma con su tono rojizo.
- ¿Y qué? ¿Vas a esperarlo? - dice la mujer.
Ella mira el lado de la ruta por el que, de volver su marido, vería aparecer el auto, y no se anima a responder.
-Nené- dice la mujer, y le ofrece la mano.
Ella extiende con duda la suya y se saludan. Los movimientos de Nené son firmes y fuertes.
-Mirá- dice Nené; se sienta junto a Felicidad- voy a hacértela corta- pisa el cigarrillo apenas empezado, enfatiza las palabras- se cansan de esperar y te dejan. Eso es todo. Parece que esperar es algo que no toleran. Entonces ellas lloran y los esperan… Y los esperan… Y sobre todo, y durante mucho tiempo: lloran, lloran y lloran todavía más.
Aunque lo intenta, Felicidad no logra entenderla. Está triste, y cuando más necesita del apoyo fraternal, cuando sólo otra mujer podría comprender lo que se siente tras haber sido abandonada junto a un baño de ruta, ella sólo cuenta con esa vieja hostil que antes le hablaba y ahora le grita.
-¡Y siguen llorando y llorando durante cada minuto, cada hora de todas las malditas noches!
Felicidad respira profundamente, sus ojos se llenan de lágrimas.
-Y meta llorar y llorar… Y te digo algo: esto se acaba. Estoy cansada, agotada de escuchar a tantas estúpidas desgraciadas. Y una cosa más te digo… -se interrumpe, parece dudar, y pregunta- ¿Cómo dijiste que te llamabas?
Ella quiere decir Felicidad, pero se traga el llanto, hipando.
-Hola… ¿Te llamabas…?
-Fe, li…- trata de controlarse. No lo logra, pero resuelve la frase- cidad.
-No, no, no. Ni se te ocurra. Por lo menos aguantá algo más que las demás.
Felicidad empieza a llorar.
-No. No voy a seguir soportando esto. No puedo. ¡Felicidad!
Ella fuerza una respiración ruidosa y retiene el llanto, pero enseguida la situación le es insostenible y todo vuelve a empezar.
-No puedo creer, que él…- respira- que me haya…
Nené se incorpora, mira a Felicidad con desprecio y se aleja furiosa, campo adentro. Ella intenta contenerse, pero al fin se descarga:
-¿Desconsiderada!- le grita, pero después se incorpora y la alcanza- espere… No se vaya, entienda…
Nené camina ignorándola.
-Espere- Felicidad vuelve a llorar.
Nené se detiene.
-Callate- dice- ¡Callate tarada!
Entonces Felicidad deja de llorar y Nené le señala la oscuridad del campo.
-Callate y escuchá.
Ella traga saliva. Se concentra en no llorar.
-Bueno, ¿y? ¿Lo sentís?- mira hacia el campo.
Felicidad la imita, intenta concentrarse.
-Lloraste demasiado, ahora hay que esperar a que se te acostumbre el oído.
Felicidad hace un esfuerzo, tuerce un poco la cabeza. Nené espera impaciente a que ella al fin comprenda.
-Lloran…- dice Felicidad, en voz baja, casi con vergüenza.
-Sí. Lloran. ¡Sí, lloran! ¡Lloran toda la maldita noche! ¿No me vez la cara? ¿Cuándo duermo? ¡Nunca! Lo único que hago es oírlas todas las malditas noches. Y no voy a soportarlo más, ¿se entiende?
Felicidad la mira asustada. En el campo, voces y llantos de mujeres quejumbrosas repiten a gritos los nombres de sus maridos.
-¿Y a todas las dejan?
-¡Y todas lloran!- dice Nené.
Entonces gritan:
-¡Psicótica!
-¡Desgraciada, insensible!
Y otras voces se suman:
-¡Dejános llorar, histérica!
Nené mira hacia todos lados. Grita al campo:
-¿Y qué hay de mí…? ¿Qué hay de las que hace más de cuarenta años que estamos acá, también abandonadas, y tenemos que oír sus estúpidas penitas todas las malditas noches? ¿Eh? ¿Qué hay?
-¡Tomate un calmante! ¡Loca!
Felicidad mira a Nené y comprende cuánto más grande es la tristeza de aquella mujer comparada con la suya. Nené se muerde los labios y niega. En el campo los gritos son cada vez más violentos.
-¡Vení, turrita!; ¡vení y da la cara!
-Vení, dale. A ver cuánto te dura esta nueva amiguita…
-¡Dónde estás vieja! ¡Hablá infeliz!
-¡Cuando vos ya estabas acá llorando nosotras todavía salíamos con ellos desgraciada!
Algunas voces dejan de gritar para reírse.
Nené se deja caer y se sienta resignada.
-¡Déjenla en paz!- dice Felicidad. Se acerca a Nené y la abraza como se abraza a una niña.
-Hay… Que miedo…- dice una de las voces- así que ahora tenés compañerita…
-Yo no soy compañerita de nadie- dice Felicidad- sólo trato de ayudar…
-Ay… Solo trata de ayudar…
-¿Saben por qué la dejaron en la ruta?
-¡Por qué es una morsa flaca!
-No, la dejaron porque…- se ríen- …porque mientras ella se probaba su vestido de novia, nosotras ya nos acostábamos con su maridito…- vuelven a reírse.
Las voces se escuchan cada vez más cerca. Es un griterío donde es difícil separar a las que lloran de las que se ríen.
-¡Por qué no se callan, cotorras!- grita Nené.
-¡Ya te vamos a agarrar, turra!
Felicidad siente bajo los pies el temblor de un campo por el que avanzan cientos de mujeres desesperadas. Nené comienza a retroceder hacia la ruta. Felicidad la sigue.
-¿Cuántas son…?- pregunta.
-Muchas- dice Nené- demasiadas.
Pero Felicidad no puede escucharla, los insultos son tantos y están ya tan cerca que es inútil responder o tratar de llegar a un acuerdo.
-¿Qué hacemos?- insiste Felicidad.
Entonces Nené adivina en ella los signos contenidos del llanto.
-No se te ocurra llorar- le dice.
Retroceden cada vez más rápido. Ya casi están sobre la ruta. A lo lejos, un punto blanco crece como una nueva luz de esperanza. Felicidad piensa ahora, por última vez, en el amor. Piensa para sí misma: que no la deje, que no la abandone.
-Si para nos subimos- grita Nené.
-¿Qué?
Ya están cerca del baño.
-Que si el auto para…
El murmullo las sigue y ya parece estar sobre ellas. No alcanzan a verlas, pero saben que están ahí, a pocos metros. El coche se detiene frente al baño. Nené se vuelve hacia Felicidad y le ordena que avance, y sin acercarse demasiado, oculta aún en la oscuridad, espera a que la mujer se baje para sentarse ella y obligar al hombre a conducir. Pero el que se baja es él. Con las luces recortando el camino aún no ha visto a las mujeres y baja apurado agarrándose la bragueta. Entonces el barullo aumenta. Las risas y las burlas se olvidan de Nené y se dirigen exclusivamente a él. Se detiene pero ya es tarde; en sus ojos el espanto de un conejo frente a las fieras. Mientras, Nené rodea el auto para subir del lado del conductor, pero cuando intenta abrir la puerta se encuentra con que la mujer ha puesto las trabas de seguridad.
-¡Abra, vamos! ¡Tenemos que subir!- dice Nené mientras forcejéa la puerta.
-Si se quiere bajar dejála- dice Felicidad- por ahí ellos sí se quieren.
Desde el interior del coche la mujer grita qué quieren, de dónde vienen, una pregunta tras otra. Nené grita y golpea desesperada los vidrios:
-¡Abrí, nena! ¡Abrí!
La mujer se cambia de asiento y enciende el motor. El hombre escucha el automóvil pero no se vuelve para mirar. Está absorto y parece adivinar, en la oscuridad, la masa descomunal de mujeres que corren hacia él.
-¡Abrí, tarada!- Nené golpea los vidrios con los puños, forcejea la manija de la puerta.
Detrás, Felicidad mira al hombre y a Nené, al hombre y a Nené. La mujer acelera nerviosa haciendo patinar las ruedas. Nené y Felicidad retroceden. Parte del auto cae a la banquina y las salpica de barro. Al fin las ruedas vuelven a morder el asfalto y el auto se aleja.
Aunque tras ellas los gritos de las mujeres continúan, el reflejo anaranjado de las luces traseras alejándose parece sumirlas en una silenciosa tristeza. A Felicidad le hubiese gustado abrazar a Nené, apoyarse en su hombro al menos. Es entonces cuando pequeños pares de luces blancas comienzan a iluminar el horizonte.
-¡Vuelven!- dice Felicidad.
Pero Nené no responde. Enciende un cigarrillo y contempla en la ruta los primeros pares de luces que ya están casi sobre ellas.
-¡Son ellos!- dice Felicidad- se arrepintieron y vuelven a buscarnos…
-No- dice Nené, y suelta una bocanada de humo- son ellos, sí; pero vuelven por él.

CUESTIONARIO
1-      ¿Dónde parece suceder el cuento y cómo es ese lugar? ¿Te parece que influye en el/los personajes? Explica.
2-      ¿Qué relación haces entre el nombre de la protagonista y la situación?
3-      ¿Qué nos dice la descripción de la cara de Nené?
4-      ¿Por qué las mujeres están allí? ¿Por qué gritan? ¿Qué relación se establece entre Nené y Felicidad?
5-      ¿Qué plantea el cuento en relación con el abandono?
6-      ¿Qué hecho rompe la “normalidad” de la situación de las mujeres?
7-      ¿Cómo se resuelve el último abandono? ¿Qué siente Felicidad cuando ve un auto regresar?
8-      ¿Por qué crees que pasa esa situación? ¿Qué dice de la sociedad, de las mujeres, de los hombres? ¿hay una crítica a la situación actual?
9-      ¿Qué tipo de cuento es? justifica.
10-   Busca el significado de feminismo, machismo y patriarcado y asócialos con el cuento. ¿Qué conclusiones puedes sacar?
11-   ¿Qué diferencias hace la sociedad con los hombres y las mujeres?
12-   Busca un artículo de diario sobre discriminación de mujeres y coméntalo con tus palabras después de explicarlo, en tu comentario debes citar el título y fuente de información.