martes, 24 de octubre de 2023

PRÁCTICO SOBRE CIENCIA FICCIÓN 2023

 

TRABAJO SOBRE CIENCIA FICCIÓN LITERATURA

Paranoia de Alberto Vanasco


Mendizábal había leído la noticia la noche anterior, antes de acostarse, pero no le había prestado una especial atención. La había leído, simplemente, entre otras informaciones y después había doblado el periódico con sumo cuidado como era su costumbre, y se había ido a la cama.


Ahora lo había recordado y de un salto fue hasta el comedor y volvió con el diario.


Buscó la información y volvió a leerla. El cable decía así: “Málaga, 19 (U.P.) El sábado por la noche numerosas personas afirmaron haber visto maniobrar sobre el mar una flotilla de objetos voladores que luego se perdieron en lo alto. Al parecer se han observado fenómenos similares en diferentes ciudades de Europa y América”.


Pequeñas anomalías ocurridas esa mañana habían hecho que se acordara: primero fue cuando Delia le trajo el desayuno y comprobó que ya eran las siete y media de la mañana.


Son las siete y media —había dicho él, mientras se incorporaba sobre un codo para poner la bandeja en el costado.

Se me hizo tarde —aclaró ella— Tuve que usar el calentador a alcohol.

¿Por qué?

No hay gas.

¿Lo cortaron?

Supongo que sí. Ayer estaban arreglando las cañerías en la calle.


Pero después, cuando fue a afeitarse, comprobó que tampoco había agua en el baño.


¡Tampoco hay agua! —le dijo a su mujer.

No. Tampoco. Deben estar arreglando los caños de la calle. Tuve que hacer café con lo que había quedado en la pava.

Es raro —se limitó a comentar él y trató de peinarse y de lavarse los dientes con el poco de agua que había sobrado. Y cuando por fin quiso prender la radio para escuchar el noticioso no tuvo más remedio que aceptar que tampoco había corriente.

Es demasiado — dijo entonces, y en ese momento recordó la noticia: trajo el diario y se echó de nuevo en la cama.

Aquí está la explicación —le dijo a Delia.

¿La explicación de qué? —dijo ella.

De todo. ¿Te parece normal que corten el gas, la luz y el agua, todo al mismo tiempo?

Sí, creo que es normal —dijo ella—. Siempre están cortando algo. Algún día tenía que faltar todo a la vez.


Mendizábal le leyó entonces, en voz alta, la noticia que traía el diario. Recordó después que el día anterior había leído algo parecido. Buscó en la pila de periódicos que había debajo del televisor y no tardó en encontrar la página. También le leyó a Delia esta noticia: “Ayer han sido observados siete gigantescos OVNIS en siete ciudades distintas de América latina. Se trata, según las declaraciones de los testigos, de platos voladores madres pues han visto desprenderse de ellos otras naves más pequeñas que al cabo de realizar rápidos vuelos regresaron al aparato principal.”


¿Y eso qué tiene que ver? —dijo ella.

Son los marcianos. Al fin nos han invadido.

Estás loco —dijo Delia—. Vestite de una vez y andá a trabajar. Ya van a ser las ocho.

¿Dónde está la portátil? —preguntó él.


Buscó en el ropero y sacó la pequeña radio a transistores que en vano intentó hacer funcionar: ningún sonido partía del diminuto parlante.


¿No te lo dije? —insistió con maligna satisfacción-. Las radios han dejado de transmitir. Toda la ciudad está en poder de los marcianos.

Las pilas están gastadas, eso es lo que sucede. Desde el año pasado que no las cambiamos.

Vos a todo querés encontrarle una justificación. Pero yo te lo puedo asegurar: han bajado a la Tierra y están ocupando todos los países.


Salieron al balcón y desde aquel tercer piso pudieron contemplar la calle desierta, los frentes de los negocios cerrados, los autos inmóviles, vacíos junto a las dos aceras.


En la esquina un policía cruzó la calzada y se detuvo un momento sobre el cordón, con una pierna en alto, y después desapareció detrás de la ochava. Pasó un ómnibus con tres pasajeros estáticos, absortos, que miraban con fijeza hacia adelante como tratando de reconstruir mentalmente y esforzadamente algo. Pasó también una camioneta conducida por una monja y donde viajaban cuatro monjas más.


¿Viste? —dijo ella.

Mirá —dijo Mendizábal—. Los negocios están cerrados.

Siempre están cerrados a esta hora —dijo Delia—. Es mejor que te vayas enseguida.


Lo empujó hacia la puerta mientras le ayudaba a ponerse el saco, y después lo oyó bajar las escaleras porque el ascensor, por supuesto, no andaba.


Cuando se vio sola fue hasta el teléfono y levantó el auricular: en efecto, no había tono; discó dos o tres números y constató que habían cortado la línea. Se asomó nuevamente a la calle y pudo divisarlo a él cuando llegaba a la esquina y doblaba por la avenida para esperar el ómnibus. En ese preciso momento una señora gorda volvía del mercado con un bolso repleto y después de cruzar se fue acercando con toda parsimonia por la vereda de enfrente. Delia cerró las puertas del balcón y fue hasta la cocina de donde regresó con el escobillón y un trapo para la limpieza,


No había terminado de tender la cama cuando sintió el golpe de la puerta al cerrarse; y Mendizábal se precipitó en el dormitorio y se lanzó sobre el ropero de donde, después de subirse a una silla, empezó a sacar cosas atropelladamente. Tiraba mantas y valijas sobre la cama. Delia se había quedado allí tiesa, tensa, con una almohada en las manos y la boca entreabierta.


Te lo dije, son ellos. Han ocupado la ciudad. Han tomado las casas. Y se han llevado a la gente.


Lo que Mendizábal estaba ahora sacando del estante superior del ropero eran armas de fuego: una carabina, dos pistolas y una ametralladora de mano.


Después empezó a buscar y a sacar las cajas de proyectiles.


¿De dónde trajiste todo eso? -dijo Delia.

Las fui comprando de a poco para un caso como éste. Estaba seguro de que pasaría.


Mendizábal arrastró el armamento hasta el balcón y sin esperar más comenzó a disparar ráfagas de ametralladora hacia la calle hasta terminar la carga y después tiró con la carabina y por último empuñó las pistolas. Disparaba hacia abajo, hacia la esquina, hacia las ventanas del edificio público que tenían enfrente. Delia se había quedado congelada, de pie en el centro del comedor con una mano tapándose la boca.


No te quedés ahí como una estatua —le gritó él—. Cargame de nuevo las armas.


Ella se hincó junto a las cajas de proyectiles y repuso el cargador de la metralleta y después el de la carabina. Mendizábal hacía fuego ahora espaciadamente. A veces apuntaba con un gran cuidado y al rato, por fin, tiraba. Por lo visto, todos en la vecindad se hallaban ocultos.


Se oyó llegar varios coches de la policía y sonar las sirenas agudas como un alarido y en una de las ventanas de enfrente resonaba la voz del megáfono:


¿Hay alguien más ahí en esa casa? ¿No puede usted detener a ese loco?


Delia no respondió: se limitó a levantar un brazo haciendo un ademán que quería ser de impotencia. Después, desde el otro lado de la calle, también hacían fuego.


Quienquiera sea usted —seguía el megáfono, arroje las armas a la calle. Dentro de unos segundos desalojaremos el edificio.

¡Busquen un médico! —gritó Delia—. ¡No está bien de los nervios!

¡Vamos a la azotea! —exclamó Mendizábal y tomándole una mano, la arrastró a ella escaleras arriba, con todos sus paquetes de municiones. Cuando llegó a la terraza cerró la puerta con llave y se asomó sobre el antepecho barriendo la calle con las descargas de su ametralladora.


Entonces, desde un piso más alto, volviose a oír la voz del megáfono:


Sixto Mendizábal, sabemos quién es usted. No tema. No le pasará nada. Arroje sus armas a la calle y levante los brazos.


La única respuesta de Sixto fue una rabiosa, furiosa, cerrada, interminable descarga contra los ventanales del edificio público. Se oyó luego un grito y casi en seguida las sirenas de otros autos que llegaban.


Delia se debatía mientras tanto llenando y volviendo a llenar compulsivamente el almacén de cada una de las armas, quemándose las manos con los caños humeantes.


Le damos un minuto —dijo el megáfono—. Dentro de un minuto asaltaremos esa azotea.


Delia vio a varios uniformados que corrían a guarecerse tras las chimeneas cercanas. Contó cinco, diez. Estaban rodeados. Lo miró después a Sixto, enardecido, frenético, enajenado. En un arrebato de cordura levantó las cuatro armas y las arrojó a la calle. Mendizábal se volvió hacia ella:


¿Por qué lo hiciste? —dijo. Pero fue lo último que dijo. Los hombres uniformados se aproximaron en círculo y con una descarga compacta acabaron con él. Cayó con los brazos abiertos sobre las baldosas, perforado como una bestia salvaje. Delia quedó de pie, inerte junto al cuerpo de Sixto, como cataléptica, y cuando ellos se acercaron no dirigieron ni una mirada al cadáver ni se ocuparon de él. La tomaron a ella y le ataron los brazos atrás. Después, la condujeron escaleras abajo.


Y mientras se la llevaban en uno de los coches, con una mordaza en la boca, ella pudo ver que cada uno de aquellos seres uniformados tenía una cresta coriácea, una horripilante y monstruosa excrescencia de escamas en la espalda, que les llegaba desde la cabeza hasta más abajo de la cintura.




Preguntas para el cuento "Paranoia":


1- ¿Cuál es el tema principal del cuento? ¿Qué mensaje o idea intenta transmitir el autor?

2- ¿Qué papel juega la noticia sobre los avistamientos de OVNIs en la trama del cuento?

3- ¿Cómo se desarrolla la paranoia del personaje principal, Mendizábal, a lo largo de la historia?

4- ¿Qué efecto tiene la falta de servicios básicos (gas, luz, agua) en la percepción de la realidad por parte del personaje?

5- ¿Cómo reacciona la esposa de Mendizábal ante sus teorías sobre los marcianos? ¿Qué representa su actitud en la historia?

6- ¿Qué simbolizan los objetos y personas estáticas en la calle? ¿Cómo contribuyen a la sensación de paranoia?

7- ¿Cuál es el desenlace del cuento? ¿Se resuelve la paranoia de Mendizábal o queda sin respuesta?

8- ¿Cómo se relaciona el título "Paranoia" con los eventos y la mentalidad del personaje principal?

9- ¿Qué técnicas literarias utiliza el autor para crear una atmósfera de tensión y paranoia en el cuento?

10- ¿Qué reflexiones personales o interpretaciones puedes hacer sobre el cuento "Paranoia"?


Tres preguntas de producción para desarrollar habilidades de escritura y análisis:


11- Escribe una continuación del cuento "Paranoia" que explique qué sucede con Mendizábal después de que su esposa lo empuja a salir de casa. ¿Logra superar su paranoia o se profundiza aún más?

12- Imagina que eres uno de los testigos que vio los OVNIs mencionados en el cuento. Escribe un relato en primera persona de tu experiencia y cómo afectó tu vida después de ese avistamiento.

13- Analiza cómo la falta de servicios básicos (gas, luz, agua) afecta la percepción del mundo por parte del personaje principal. Escribe un ensayo argumentando si crees que la tecnología y los servicios públicos son esenciales para nuestra comprensión del mundo o si pueden ser prescindibles.

14- Imagina y escribe un futuro posible en San Blas para una fecha como 2070. ¿Qué sucede?… Mínimo 10 renglones.

15- Imagina y escribe cómo evolucionará la ciencia y la tecnología con la humanidad en el futuro, qué inventos y avances o no avances imaginas.





Cuentos de ciencia ficción de FREDRIC BROWN


Llamada 

El último hombre sobre la Tierra está sentado a solas en una habitación. Llaman a la puerta.


Consigna de trabajo: continúa el cuento o realiza un texto suponiendo que sucede.



El Final 

El profesor Jones había trabajado en la teoría del tiempo a lo largo de muchos años.

Y he encontrado la ecuación clave —dijo un buen día a su hija—. El tiempo es un campo. La máquina que he fabricado puede manipular, e incluso invertir, dicho campo.

Apretando un botón mientras hablaba, dijo:

Esto hará retroceder el tiempo el retroceder hará esto —dijo, hablaba mientras botón un apretando.

Campo dicho, invertir incluso e, manipular puede fabrica­do he que máquina la. Campo un es tiempo el. —Hija su a día buen un dijo—. Clave ecuación la encontrado he y.

Años muchos de largo lo a tiempo del teoría la en trabajado había Jones profesor el.


Final el


consignas de trabajo: a ¿Qué es lo que sucede? B ¿Qué supones que haría la primer máquina del tiempo y cómo y para qué la usaríamos? C ¿Si cambias el pasado, cambiaría este presente o no? D ¿Qué cambiarías si viajaras al pasado? E ¿Qué películas que juegan con el viaje en el tiempo conoces?


PRÁCTICO DE CUENTO DE CIENCIA FICCIÓN

AQUÍ YACE EL WUB de Phillip K. Dick


Faltaba poco para terminar de cargar. El Optus, de pie, con los brazos cruzados, fruncía el ceño. El capitán Franco bajó despacio por la pasarela y sonrió.

¿Qué ocurre? —le preguntó—. Te pagan por esto.

El Optus no dijo nada. Recogió sus túnicas y dio media vuelta. El capitán pisó el borde de la túnica.

Espera un momento, no te vayas; aún no he terminado.

¿De veras? —El Optus se giró con dignidad—. Vuelvo a la aldea. —Contempló los animales y los pájaros que eran conducidos hacia la nave—. He de organizar nuevas cacerías.

Franco encendió un cigarrillo.

¿Por qué no? A vosotros os basta con salir a campo abierto y seguir pistas. Pero cuando estemos a mitad de camino entre Marte y la Tierra...

El Optus se marchó sin contestar. Franco se reunió con el primer piloto al pie de la pasarela.

¿Cómo va todo? —Consultó el reloj—. Hemos hecho un buen negocio.

El piloto le miró con cara de pocos amigos.

¿Cómo explica eso?

¿Qué le pasa? Los necesitamos más que ellos.

Nos veremos después, capitán.

El piloto subió por la pasarela, y se abrió paso entre las aves zancudas marcianas.

Franco le vio desaparecer en el interior de la nave. Iba a seguirle los pasos hacia la portilla cuando lo vio.

¡Dios mío!

Se quedó mirando con las manos en las caderas. Peterson venía por el sendero, con la cara congestionada, arrastrándolo con una cuerda.

Lo siento, capitán —dijo, manteniendo la cuerda tensa.

Franco avanzó hacia él.

¿Qué es eso?

El wub desplomó su enorme cuerpo lentamente. Se sentó con los ojos entornados.

Algunas moscas zumbaban sobre su flanco y las espantó con la cola.

Se hizo el silencio.

Es un wub —explicó Peterson—. Se lo compré a un nativo por cincuenta centavos.

Dijo que era un animal muy raro. Muy respetado.

¿Esto? —Franco aguijoneó el inmenso flanco del wub—. ¡Si es un cerdo! ¡Un inmundo cerdo grande!

Sí, señor, es un cerdo. Los nativos lo llaman wub.

Un gran cerdo. Debe de pesar unos doscientos kilos.

Franco agarró un mechón del hirsuto pelo. El wub jadeó. Abrió sus ojos pequeños y húmedos, y su gran boca tembló.

Una lágrima se deslizó por la mejilla del animal y cayó al suelo.

Tal vez sea comestible —dijo Peterson, nervioso.

Pronta lo averiguaremos —respondió Franco.

El wub sobrevivió al despegue, profundamente dormido en el casco de la nave. Cuando ya estaban en el espacio y todo funcionaba con normalidad, el capitán Franco ordenó a sus hombres que subieran al wub para dilucidar qué clase de animal era.

El wub gruñó y resopló mientras ascendía a duras penas por el pasaje.

Vamos —masculló Jones tirando de la cuerda.

El wub se retorcía y rozaba su piel contra las lisas paredes cromadas. Desembocó en la antecámara y cayó pesadamente al suelo. Los hombres se levantaron de un salto.

¡Santo cielo! —exclamó French—. ¿Qué es eso?

Peterson dice que es un wub —respondió Jones—. Es suyo.

Le dio una patada al wub, y el animal, jadeante, se puso en pie con grandes dificultades.

¿Y ahora qué le pasa? —dijo French acercándose—. ¿Se va a poner enfermo?

Todos lo contemplaban. El wub puso los ojos en blanco y luego miró a los hombres que le rodeaban.

Quizá tenga sed —aventuró Peterson.

Fue a buscar agua. French meneó la cabeza.

Ya entiendo por qué tuvimos tantas dificultades para despegar. Me vi obligado a revisar todos mis cálculos de lastre.

Peterson volvió con el agua. El wub, agradecido, la lamió a grandes lengüetazos y salpicó a la tripulación.

El capitán Franco apareció en la puerta.

Echémosle un vistazo. —Avanzó con mirada escrutadora—. ¿Lo compraste por cincuenta centavos?

Sí, señor —dijo Peterson—. Come de todo. Le di cereales y le gustaron, y después patatas, forraje y las sobras de nuestra comida, y leche. Creo que le gusta comer. Una vez ha llenado el estómago, se echa a dormir.

Entiendo. Bien, me gustaría saber cuál es su sabor. Creo que no conviene alimentarlo tanto, ya está bastante gordo. ¿Dónde está el cocinero? Que se presente al instante. Quiero averiguar...

El wub dejó de beber y miró al capitán.

Le sugiero, capitán, que hablemos de otros asuntos —dijo el wub.

Un pesado silencio se abatió sobre la habitación.

¿Quién dijo eso? —preguntó el capitán Franco.

El wub, señor —dijo Peterson—. Habla.

Todos miraron al wub.

¿Qué dijo? ¿Qué dijo?

Sugirió que habláramos de otras cosas.

Franco se acercó al wub. Dio vueltas a su alrededor y lo examinó desde todos los ángulos. Luego volvió a reunirse con sus hombres.

Tal vez haya un nativo en su interior —reflexionó en voz alta—. Tal vez deberíamos abrirlo y confirmarlo.

¡Dios mío! —exclamó el wub—. ¿Sólo saben pensar en matar y trinchar?

¡Salga de ahí! ¡Quienquiera que sea, salga! —gritó Franco con los puños apretados.

No se produjo el menor movimiento. Los hombres miraban al wub, pálidos y procurando mantenerse muy juntos. El wub agitó la cola y eructó.

Perdón —se disculpó.

Creo que no hay nadie dentro —susurró Jones.

Los hombres se miraron entre sí.

El cocinero entró.

¿Me mandó llamar, capitán? ¿Qué es esto?

Es un wub —dijo Franco—. Nos lo comeremos. ¿Por qué no lo mide y trata de...?

Antes que nada, deberíamos hablar —interrumpió el wub—. Con su permiso, me gustaría discutir este asunto. Veo que no nos ponemos de acuerdo en algunos puntos fundamentales.

El capitán tardó un rato en contestar. El wub esperó pacientemente y aprovechó para secarse el agua de las mandíbulas.

Vamos a mi despacho —dijo el capitán por fin.

Se giró y salió de la habitación. El wub se levantó y fue tras él. Los hombres lo siguieron con la mirada y oyeron como subía la escalera.

Me gustaría saber cómo terminará todo esto —dijo el cocinero—. Bien, vuelvo a la cocina. Informadme de cualquier novedad.

Claro —dijo Jones—. Claro.

El wub se dejó caer en un rincón con un suspiro.

Le ruego me disculpe, pero me encantan todas las formas de descansar. Cuando se es tan grande como yo...

El capitán asintió con un gesto de impaciencia. Tomó asiento ante su escritorio y entrelazó las manos.

Bien, empecemos de una vez. Es usted un wub, si no me equivoco.

Creo que sí. Quiero decir que así es como nos llaman los nativos, aunque tenemos nuestra propia denominación.

Habla nuestro idioma. ¿Estuvo en contacto con terrícolas anteriormente?

No.

Entonces. ¿cómo lo hace?

¿Hablar su idioma? ¿Estoy hablando en su idioma? No soy consciente de hablar ninguna lengua en particular. Examiné su mente...

¿Mi mente?

Estudié los contenidos, en especial el depósito semántico, como yo lo llamo...

Entiendo. Telepatía, claro.

Somos una raza muy antigua. Muy antigua y voluminosa. Nos cuesta mucho desplazarnos. Como comprenderá, algo tan lento y pesado está a merced de formas más ágiles de vida. Consideramos que sería inútil basar nuestra supervivencia en la fuerza física. Demasiado pesados para correr, demasiado blandos para combatir, demasiado pacífico para cazar por diversión...

¿Y de qué viven?

Plantas, vegetales, comemos casi de todo. Somos tolerantes, liberales y eclécticos.

Vivimos y dejamos vivir. Por eso hemos durado tanto. Y por eso me opuse con tanta vehemencia a ser introducido en una olla. Vi la imagen en su mente: la mayor parte de mi cuerpo en el congelador, otra en la olla, un pedacito para el gato…

¿Así que lee la mente? —interrumpió el capitán—. Muy interesante. ¿Qué más?

Quiero decir, ¿posee alguna otra capacidad semejante?

Nada importante —respondió el wub distraído, paseando la mirada por la habitación—. Un bonito despacho, capitán, muy limpio. Respeto las formas de vida que aman la pulcritud. Algunas aves marcianas son muy aseadas: sacan los desperdicios del nido y luego barren.

Fascinante, pero volviendo a lo que hablábamos...

Desde luego. Usted habló de cocinarme. Según he oído, el sabor es agradable. Un poco grasos, pero tiernos. Pero ¿cómo lograremos establecer una relación perdurable entre su pueblo y el mío si persiste en actitudes tan bárbaras? ¿Comerme? Deberíamos discutir otras cuestiones: filosofía, arte...

¡Filosofía! —exclamó el capitán poniéndose en pie—. Quizá le interese saber que el próximo mes apenas tendremos nada para comer, algunas provisiones se han echado a perder...

Lo sé —asintió con la cabeza el wub—. Pero ¿no estaría más de acuerdo con sus principios democráticos que lo sorteáramos? Después de todo, la democracia consiste en proteger a las minorías de tales abusos. Si cada uno tiene derecho a votar...

El capitán caminó hacia la puerta.

Está loco —rezongó.

Abrió la puerta. Abrió la boca.

Se quedó petrificado, con la boca abierta, la mirada perdida, los dedos aún sujetos al tirador.

El wub le miró. Luego salió de la habitación y pasó por delante del capitán. Se alejó por el corredor, absorto en sus pensamientos.

La habitación estaba en silencio.

Como verá —dijo el wub— tenemos mitos comunes. Sus mentes albergan muchos símbolos mitológicos familiares: Ishtar, Ulises...

Peterson estaba sentado sin decir nada, con la vista fija en el suelo. Se removió en su silla.

Siga —dijo—. Siga por favor.

Su Ulises es una figura común a casi todas las razas autoconscientes. Desde mi punto de vista, Ulises vaga como un individuo consciente de sí como tal. Es la idea de la separación, la separación de la familia o del país. El proceso de individuación.

Pero Ulises acaba por volver a casa. —Peterson miró por el ojo de buey las estrellas, las incontables estrellas que brillaban con intensidad en el universo vacío—. Al final, vuelve a casa.

Como lo hacen todas las criaturas. El momento de la separación es un período transitorio, un breve viaje del alma. Tiene un principio y un fin. El viajero errante regresa a su país y a su raza...

La puerta se abrió. El wub se calló y volvió su gran cabeza.

El capitán Franco entró en la habitación seguido de sus hombres. Titubearon en el umbral.

¿Te encuentras bien? —preguntó French.

¿Te refieres a mí? —replicó Peterson, sorprendido—. ¿Por qué?

Ven aquí —ordenó el capitán Franco empuñando una pistola—. Levántate y acércate.

Hubo un silencio.

Adelante —dijo el wub—. No importa.

Peterson se puso en pie.

¿Para qué?

Es una orden.

Peterson se dirigió hacia la puerta. French le cogió del brazo.

¿Qué pasa? —Peterson se soltó con un movimiento brusco—. ¿Qué os pasa a todos?

El capitán Franco avanzó hacia el wub. El wub le miró desde el rincón en donde estaba echado junto a la pared.

Es interesante que siga obsesionado con la idea de comerme. Me pregunto la razón.

Levántese —ordenó Franco.

Si insiste... —El wub se levantó con un gruñido—. Tenga paciencia. Me cuesta mucho.

Logró ponerse en pie, jadeando y con la lengua fuera.

Mátelo ya —dijo French.

¡Por el amor de Dios! —exclamó Peterson.

Jones se giró hacia él con los ojos llenos de miedo.

Tú no le viste... como una estatua con la boca abierta. Aún seguiría allí si no hubiéramos bajado.

¿Quién? ¿El capitán? —preguntó Peterson— Pero si ya está bien.

Todos miraban al wub, parado en mitad de la habitación. Respiraba entrecortadamente.

Vamos —dijo Franco—. Apártense.

Los hombres se apelotonaron en la puerta.

Tiene miedo. ¿verdad? —habló el wub— ¿Qué le he hecho?. Me repugna la idea de lastimar a alguien. Sólo he intentado protegerme. ¿Esperaba que me precipitara alegremente hacia mi muerte? Soy un ser tan sensible como ustedes. Tenía curiosidad por ver su nave, por saber algo más sobre sus costumbres. Le sugerí al nativo...

La pistola osciló.

¿Ven? —dijo Franco—. Ya me lo pensaba.

El wub se tiró al suelo, tembloroso. Estiró las patas y enrolló la cola.

Hace mucho calor —dijo—. Debemos estar cerca de los motores. Energía atómica.

Desde un punto de vista técnico han logrado cosas maravillosas, pero sus científicos no están preparados para resolver problemas morales, éticos...

Franco se volvió hacia los tripulantes, apiñados a su espalda, silenciosos y con los ojos abiertos de par en par.

Yo lo haré. Pueden mirar, si quieren.

Trate de darle en el cerebro —aprobó French—. No es comestible. No tire al pecho.

Si la caja torácica revienta, tendremos que ir sacando los huesos.

Escuchad —dijo Peterson lamiéndose los labios—. ¿Qué ha hecho? ¿Ha causado algún mal? Os estoy haciendo una pregunta. Y, además, es mío. No tenéis derecho a matarlo. No es vuestro.

Franco levantó la pistola.

Yo me voy —dijo Jones, pálido y descompuesto—. No quiero verlo.

Yo también —le imitó French.

Ambos salieron tropezando y murmurando. Peterson permaneció junto a la puerta.

Me hablaba de los mitos —musitó—. Es incapaz de hacerle daño a nadie.

Se marchó.

Franco se acercó al wub. Éste levantó los ojos y tragó saliva.

Qué locura —dijo—. Lamento que desee hacerlo. Recuerdo una parábola de su Salvador...

Se interrumpió y fijó la vista en la pistola.

¿Será capaz de mirarme a los ojos cuando lo haga? ¿Será capaz?

Desde luego. Allá en la granja teníamos cerdos, apestosos jabalíes. Claro que seré capaz.

Sin apartar la mirada de los ojos húmedos y brillantes del wub, apretó el gatillo.

El sabor era excelente.

Estaban sentados con semblante de tristeza alrededor de la mesa; algunos apenas comían. El único que parecía disfrutar del plato era el capitán Franco.

¿Más? —preguntó—. ¿Más? ¿Un poco más de vino?

Yo no —respondió French—. Vuelvo a la sala de control.

Yo tampoco. —Jones se puso en pie y empujó la silla hacia atrás—. Nos veremos más tarde.

El capitán les vio marcharse. Algunos de los que quedaban también se excusaron.

¿Qué les ocurre a todos? —preguntó el capitán a Peterson.

Éste permanecía sentado con la vista fija en el plato, en las patatas, en los guisantes y en el trozo de carne humeante y tierna.

Abrió la boca, pero no emitió ningún sonido.

El capitán apoyó la mano en el hombro de Peterson.

Ahora es tan sólo materia orgánica. La esencia vital ha desaparecido. —Mojó un trozo de pan en la salsa—. Me gusta comer. Es uno de los grandes placeres de la vida.

Comer, descansar, meditar, discutir de algunas cosas.

Peterson asintió con un gesto. Otros dos hombres se levantaron y se marcharon. El capitán bebió agua y suspiró.

Bien, he de admitir que es una comida muy agradable. Todo lo que me habían dicho acerca del... sabor del wub era cierto. Exquisito. Aunque me advirtieron, hace tiempo, que no lo hiciera nunca.

Se secó los labios con la servilleta y se recostó en la silla. Peterson miraba la mesa con expresión de tristeza.

El capitán le observó atentamente. Luego se inclinó hacia adelante.

Vamos, vamos, anímese. Hablemos de cualquier cosa.

Sonrió.

Como decía antes de que me interrumpieran, el papel de Ulises en los mitos...

Peterson se levantó de un salto con los ojos bien abiertos.

Como iba diciendo, Ulises, desde mi punto de vista...



Guía de trabajo para resolver.

  1. ¿Cuál es el tema principal de "Aquí Yace el Wub"?

  2. ¿Quiénes son los personajes principales de la historia?

  3. ¿De qué especie es el Wub?

  4. ¿Qué sucede cuando el Wub habla con los humanos?

  5. ¿Por qué los humanos quieren matar al Wub?

  6. ¿Cuál es la actitud del Capitán Franco hacia el Wub?

  7. ¿Cómo se siente el Wub acerca de su situación?

  8. ¿Cuál es la moraleja de la historia?

Tres preguntas relacionadas con la sociedad y la filosofía sobre "Aquí Yace el Wub": elige dos

  1. ¿Cómo se relaciona la historia de "Aquí Yace el Wub" con la idea de la empatía y la compasión hacia otros seres vivos?

  2. ¿Qué reflexiones se pueden hacer sobre el poder y la opresión en la sociedad, a partir de la relación entre los humanos y el Wub?

  3. ¿Cómo se puede interpretar la actitud del Capitán Franco hacia el Wub, en términos de la ética y la moralidad?

Consignas de producción para trabajar con "Aquí Yace el Wub": elige dos.

  1. Imagina que eres el Wub. Escribe un diario que narre tus pensamientos y sentimientos a lo largo de la historia. ¿Cómo te sientes al ser capturado por los humanos? ¿Qué piensas de su actitud hacia ti? ¿Cómo cambia tu perspectiva a lo largo de la historia?

  2. Escribe un ensayo en el que reflexiones sobre la relación entre los seres humanos y otras especies animales. ¿Cuál es nuestra responsabilidad hacia los animales? ¿Cómo podemos equilibrar nuestras necesidades y deseos con los derechos de los animales? Utiliza ejemplos de la historia para apoyar tus argumentos.

  3. Crea una obra de teatro corta que represente una conversación entre el Capitán Franco y el Wub, después de que el Wub ha sido capturado. ¿Qué discuten? ¿Cómo se relacionan los personajes? ¿Qué conclusiones se pueden extraer de su conversación?

  4. Escribe un final alternativo para "Aquí Yace el Wub". ¿Cómo podría haber terminado la historia de manera diferente? ¿Qué cambios tendrían que haber ocurrido en la trama o en los personajes para que el final fuera distinto? ¿Qué moraleja tendría ese final alternativo?

  5. Crea un cómic que narre la historia de "Aquí Yace el Wub". Utiliza viñetas y diálogos para representar los momentos clave de la historia, y asegúrate de incluir detalles visuales que ayuden a transmitir el ambiente y el tono de la historia. ¿Cómo adaptas la historia a un formato visual? ¿Qué elementos visuales destacas o enfatizas en tu cómic?

Dos consignas de producción adicionales con la temática de ciencia ficción en "Aquí Yace el Wub": elige una

  1. Escribe un relato corto de ciencia ficción que se desarrolle en el mismo universo que "Aquí Yace el Wub". Utiliza elementos del cuento original, como la idea de viajar en el espacio, el contacto con otras especies, o la exploración de temas éticos y filosóficos. ¿Cómo amplías o desarrollas el universo del cuento original? ¿Qué nuevos personajes o situaciones incluyes en tu relato?

  2. Crea un mapa mental que represente las ideas y los temas de ciencia ficción presentes en "Aquí Yace el Wub". Utiliza diferentes colores o formas para representar diferentes elementos, como los temas de opresión y poder, la exploración de especies alienígenas, o las reflexiones sobre la moralidad y la ética. ¿Cómo conectas las diferentes ideas y temas presentes en el cuento? ¿Qué conclusiones se pueden extraer a partir de tu mapa mental?