martes, 17 de diciembre de 2013

Stefano, de María Teresa Andruetto

Stefano, de María Teresa Andruetto


Guía para analizar la novela



  1. según el paratexto del libro: tapa, contratapa, comentario de contratapa, título e imágenes. ¿De qué puede tratarse el libro?
  2. ¿Por qué los personajes adolescentes se toman el barco a América? ¿Qué sucede con el barco? ¿Quiénes sobreviven?
  3. ¿Qué hace Stefano al llegar a la Argentina? Compara la vida en Italia con la vida en el campo: ¿Qué diferencias encuentras?
  4. Stefano entra en el circo: ¿Cómo lo hace? ¿Qué tipo de relación establece con una de sus compañeras del circo?
  5. ¿Quiénes narran la historia?
  6. caracteriza a Stefano, Lina, Tersa.
  7. ¿Qué tipos de novelas se encuentran en este texto?
  8. dibuja una nueva tapa y una portada presentación para cada capítulo. Ponle nombre a cada capítulo.
Contalo vos:
a-      recuerda algún momento familiar en donde hayan pasado hambre o  escasez con tu familia.

b-      Si hay inmigrantes en tu familia, averigua que los trajo a la Argentina o a esta provincia.

Pregunta a un inmigrante:
a-      ¿Por qué vino a la Argentina y se queda?

b-      ¿Qué le gusta de nuestro país?

Aquí yace el wub


TALLER DE LECTURA Y ESCRITURA
Acá está el cuento de este escritor de ciencia ficción, al final encuentran las actividades a responder con él. Saludos, el profe.
Aquí yace el wub
Philip K. Dick



Faltaba poco para terminar de cargar. El Optus, de pie, con los brazos cruzados, fruncía el ceño. El capitán Franco bajó despacio por la pasarela y sonrió.
—¿Qué ocurre? —le preguntó—. Te pagan por esto.
El Optus no dijo nada. Recogió sus túnicas y dio media vuelta. El capitán pisó el borde de la túnica.
—Espera un momento, no te vayas; aún no he terminado.
—¿De veras? —El Optus se giró con dignidad—. Vuelvo a la aldea. —Contempló los animales y los pájaros que eran conducidos hacia la nave—. He de organizar nuevas cacerías.
Franco encendió un cigarrillo.
—¿Por qué no? A vosotros os basta con salir a campo abierto y seguir pistas. Pero cuando estemos a mitad de camino entre Marte y la Tierra...
El Optus se marchó sin contestar. Franco se reunió con el primer piloto al pie de la pasarela.
—¿Cómo va todo? —Consultó el reloj—. Hemos hecho un buen negocio.
El piloto le miró con cara de pocos amigos.
—¿Cómo explica eso?
—¿Qué le pasa? Los necesitamos más que ellos.
—Nos veremos después, capitán.
El piloto subió por la pasarela, y se abrió paso entre las aves zancudas marcianas. Franco le vio desaparecer en el interior de la nave. Iba a seguirle los pasos hacia la portilla cuando lo vio.
—¡Dios mío!
Se quedó mirando con las manos en las caderas. Peterson venía por el sendero, con la cara congestionada, arrastrándolo con una cuerda.
—Lo siento, capitán —dijo, manteniendo la cuerda tensa.
Franco avanzó hacia él.
—¿Qué es eso?
El wub desplomó su enorme cuerpo lentamente. Se sentó con los ojos entornados. Algunas moscas zumbaban sobre su flanco y las espantó con la cola.
Se hizo el silencio.
—Es un wub —explicó Peterson—. Se lo compré a un nativo por cincuenta centavos. Dijo que era un animal muy raro. Muy respetado.
—¿Esto? —Franco aguijoneó el inmenso flanco del wub—. ¡Si es un cerdo! ¡Un inmundo cerdo grande!
—Sí, señor, es un cerdo. Los nativos lo llaman wub.
—Un gran cerdo. Debe de pesar unos doscientos kilos.
Franco agarró un mechón del hirsuto pelo. El wub jadeó. Abrió sus ojos pequeños y húmedos, y su gran boca tembló.
Una lágrima se deslizó por la mejilla del animal y cayó al suelo.
—Tal vez sea comestible —dijo Peterson, nervioso.
—Pronta lo averiguaremos —respondió Franco.
El wub sobrevivió al despegue, profundamente dormido en el casco de la nave. Cuando ya estaban en el espacio y todo funcionaba con normalidad, el capitán Franco ordenó a sus hombres que subieran al wub para dilucidar qué clase de animal era.
El wub gruñó y resopló mientras ascendía a duras penas por el pasaje.
—Vamos —masculló Jones tirando de la cuerda.
El wub se retorcía y rozaba su piel contra las lisas paredes cromadas. Desembocó en la antecámara y cayó pesadamente al suelo. Los hombres se levantaron de un salto.
—¡Santo cielo! —exclamó French—. ¿Qué es eso?
—Peterson dice que es un wub —respondió Jones—. Es suyo.
Le dio una patada al wub, y el animal, jadeante, se puso en pie con grandes dificultades.
—¿Y ahora qué le pasa? —dijo French acercándose—. ¿Se va a poner enfermo?
Todos lo contemplaban. El wub puso los ojos en blanco y luego miró a los hombres que le rodeaban.
—Quizá tenga sed —aventuró Peterson.
Fue a buscar agua. French meneó la cabeza.
—Ya entiendo por qué tuvimos tantas dificultades para despegar. Me vi obligado a revisar todos mis cálculos de lastre.
Peterson volvió con el agua. El wub, agradecido, la lamió a grandes lengüetazos y salpicó a la tripulación.
El capitán Franco apareció en la puerta.
—Echémosle un vistazo. —Avanzó con mirada escrutadora—. ¿Lo compraste por cincuenta centavos?
—Sí, señor —dijo Peterson—. Come de todo. Le di cereales y le gustaron, y después patatas, forraje y las sobras de nuestra comida, y leche. Creo que le gusta comer. Una vez ha llenado el estómago, se echa a dormir.
—Entiendo. Bien, me gustaría saber cuál es su sabor. Creo que no conviene alimentarlo tanto, ya está bastante gordo. ¿Dónde está el cocinero? Que se presente al instante. Quiero averiguar...
El wub dejó de beber y miró al capitán.
—Le sugiero, capitán, que hablemos de otros asuntos —dijo el wub.
Un pesado silencio se abatió sobre la habitación.
—¿Quién dijo eso? —preguntó el capitán Franco.
—El wub, señor —dijo Peterson—. Habla.
Todos miraron al wub.
—¿Qué dijo? ¿Qué dijo?
—Sugirió que habláramos de otras cosas.
Franco se acercó al wub. Dio vueltas a su alrededor y lo examinó desde todos los ángulos. Luego volvió a reunirse con sus hombres.
—Tal vez haya un nativo en su interior —reflexionó en voz alta—. Tal vez deberíamos abrirlo y confirmarlo.
—¡Dios mío! —exclamó el wub—. ¿Sólo saben pensar en matar y trinchar?
—¡Salga de ahí! ¡Quienquiera que sea, salga! —gritó Franco con los puños apretados.
No se produjo el menor movimiento. Los hombres miraban al wub, pálidos y procurando mantenerse muy juntos. El wub agitó la cola y eructó.
—Perdón —se disculpó.
—Creo que no hay nadie dentro —susurró Jones.
Los hombres se miraron entre sí.
El cocinero entró.
—¿Me mandó llamar, capitán? ¿Qué es esto?
—Es un wub —dijo Franco—. Nos lo comeremos. ¿Por qué no lo mide y trata de...?
—Antes que nada, deberíamos hablar —interrumpió el wub—. Con su permiso, me gustaría discutir este asunto. Veo que no nos ponemos de acuerdo en algunos puntos fundamentales.
El capitán tardó un rato en contestar. El wub esperó pacientemente y aprovechó para secarse el agua de las mandíbulas.
—Vamos a mi despacho —dijo el capitán por fin.
Se giró y salió de la habitación. El wub se levantó y fue tras él. Los hombres lo siguieron con la mirada y oyeron como subía la escalera.
—Me gustaría saber cómo terminará todo esto —dijo el cocinero—. Bien, vuelvo a la cocina. Informadme de cualquier novedad.
—Claro —dijo Jones—. Claro.
El wub se dejó caer en un rincón con un suspiro.
—Le ruego me disculpe, pero me encantan todas las formas de descansar. Cuando se es tan grande como yo...
El capitán asintió con un gesto de impaciencia. Tomó asiento ante su escritorio y entrelazó las manos.
—Bien, empecemos de una vez. Es usted un wub, si no me equivoco.
—Creo que sí. Quiero decir que así es como nos llaman los nativos, aunque tenemos nuestra propia denominación.
—Habla nuestro idioma. ¿Estuvo en contacto con terrícolas anteriormente?
—No.
—Entonces. ¿cómo lo hace?
—¿Hablar su idioma? ¿Estoy hablando en su idioma? No soy consciente de hablar ninguna lengua en particular. Examiné su mente...
—¿Mi mente?
—Estudié los contenidos, en especial el depósito semántico, como yo lo llamo...
—Entiendo. Telepatía, claro.
—Somos una raza muy antigua. Muy antigua y voluminosa. Nos cuesta mucho desplazarnos. Como comprenderá, algo tan lento y pesado está a merced de formas más ágiles de vida. Consideramos que sería inútil basar nuestra supervivencia en la fuerza física. Demasiado pesados para correr, demasiado blandos para combatir, demasiado pacífico para cazar por diversión...
—¿Y de qué viven?
—Plantas, vegetales, comemos casi de todo. Somos tolerantes, liberales y eclécticos. Vivimos y dejamos vivir. Por eso hemos durado tanto. Y por eso me opuse con tanta vehemencia a ser introducido en una olla. Vi la imagen en su mente: la mayor parte de mi cuerpo en el congelador, otra en la olla, un pedacito para el gato...
—¿Así que lee la mente? —interrumpió el capitán—. Muy interesante. ¿Qué más? Quiero decir, ¿posee alguna otra capacidad semejante?
—Nada importante —respondió el wub distraído, paseando la mirada por la habitación—. Un bonito despacho, capitán, muy limpio. Respeto las formas de vida que aman la pulcritud. Algunas aves marcianas son muy aseadas: sacan los desperdicios del nido y luego barren.
—Fascinante, pero volviendo a lo que hablábamos...
—Desde luego. Usted habló de cocinarme. Según he oído, el sabor es agradable. Un poco grasos, pero tiernos. Pero ¿cómo lograremos establecer una relación perdurable entre su pueblo y el mío si persiste en actitudes tan bárbaras? ¿Comerme? Deberíamos discutir otras cuestiones: filosofía, arte...
—¡Filosofía! —exclamó el capitán poniéndose en pie—. Quizá le interese saber que el próximo mes apenas tendremos nada para comer, algunas provisiones se han echado a perder...
—Lo sé —asintió con la cabeza el wub—. Pero ¿no estaría más de acuerdo con sus principios democráticos que lo sorteáramos? Después de todo, la democracia consiste en proteger a las minorías de tales abusos. Si cada uno tiene derecho a votar...
El capitán caminó hacia la puerta.
—Está loco —rezongó.
Abrió la puerta. Abrió la boca.
Se quedó petrificado, con la boca abierta, la mirada perdida, los dedos aún sujetos al tirador.
El wub le miró. Luego salió de la habitación y pasó por delante del capitán. Se alejó por el corredor, absorto en sus pensamientos.
La habitación estaba en silencio.
—Como verá —dijo el wub— tenemos mitos comunes. Sus mentes albergan muchos símbolos mitológicos familiares: Ishtar, Ulises...
Peterson estaba sentado sin decir nada, con la vista fija en el suelo. Se removió en su silla.
—Siga —dijo—. Siga por favor.
—Su Ulises es una figura común a casi todas las razas autoconscientes. Desde mi punto de vista, Ulises vaga como un individuo consciente de sí como tal. Es la idea de la separación, la separación de la familia o del país. El proceso de individuación.
—Pero Ulises acaba por volver a casa. —Peterson miró por el ojo de buey las estrellas, las incontables estrellas que brillaban con intensidad en el universo vacío—. Al final, vuelve a casa.
—Como lo hacen todas las criaturas. El momento de la separación es un período transitorio, un breve viaje del alma. Tiene un principio y un fin. El viajero errante regresa a su país y a su raza...
La puerta se abrió. El wub se calló y volvió su gran cabeza.
El capitán Franco entró en la habitación seguido de sus hombres. Titubearon en el umbral.
—¿Te encuentras bien? —preguntó French.
—¿Te refieres a mí? —replicó Peterson, sorprendido—. ¿Por qué?
—Ven aquí —ordenó el capitán Franco empuñando una pistola—. Levántate y acércate.
Hubo un silencio.
—Adelante —dijo el wub—. No importa.
Peterson se puso en pie.
—¿Para qué?
—Es una orden.
Peterson se dirigió hacia la puerta. French le cogió del brazo.
—¿Qué pasa? —Peterson se soltó con un movimiento brusco—. ¿Qué os pasa a todos?
El capitán Franco avanzó hacia el wub. El wub le miró desde el rincón en donde estaba echado junto a la pared.
—Es interesante que siga obsesionado con la idea de comerme. Me pregunto la razón.
—Levántese —ordenó Franco.
—Si insiste... —El wub se levantó con un gruñido—. Tenga paciencia. Me cuesta mucho.
Logró ponerse en pie, jadeando y con la lengua fuera.
—Mátelo ya —dijo French.
—¡Por el amor de Dios! —exclamó Peterson.
Jones se giró hacia él con los ojos llenos de miedo.
—Tú no le viste... como una estatua con la boca abierta. Aún seguiría allí si no hubiéramos bajado.
—¿Quién? ¿El capitán? —preguntó Peterson— Pero si ya está bien.
Todos miraban al wub, parado en mitad de la habitación. Respiraba entrecortadamente.
—Vamos —dijo Franco—. Apártense.
Los hombres se apelotonaron en la puerta.
—Tiene miedo. ¿verdad? —habló el wub— ¿Qué le he hecho?. Me repugna la idea de lastimar a alguien. Sólo he intentado protegerme. ¿Esperaba que me precipitara alegremente hacia mi muerte? Soy un ser tan sensible como ustedes. Tenía curiosidad por ver su nave, por saber algo más sobre sus costumbres. Le sugerí al nativo...
La pistola osciló.
—¿Ven? —dijo Franco—. Ya me lo pensaba.
El wub se tiró al suelo, tembloroso. Estiró las patas y enrolló la cola.
—Hace mucho calor —dijo—. Debemos estar cerca de los motores. Energía atómica. Desde un punto de vista técnico han logrado cosas maravillosas, pero sus científicos no están preparados para resolver problemas morales, éticos...
Franco se volvió hacia los tripulantes, apiñados a su espalda, silenciosos y con los ojos abiertos de par en par.
—Yo lo haré. Pueden mirar, si quieren.
—Trate de darle en el cerebro —aprobó French—. No es comestible. No tire al pecho. Si la caja torácica revienta, tendremos que ir sacando los huesos.
—Escuchad —dijo Peterson lamiéndose los labios—. ¿Qué ha hecho? ¿Ha causado algún mal? Os estoy haciendo una pregunta. Y, además, es mío. No tenéis derecho a matarlo. No es vuestro.
Franco levantó la pistola.
—Yo me voy —dijo Jones, pálido y descompuesto—. No quiero verlo.
—Yo también —le imitó French.
Ambos salieron tropezando y murmurando. Peterson permaneció junto a la puerta.
—Me hablaba de los mitos —musitó—. Es incapaz de hacerle daño a nadie.
Se marchó.
Franco se acercó al wub. Éste levantó los ojos y tragó saliva.
—Qué locura —dijo—. Lamento que desee hacerlo. Recuerdo una parábola de su Salvador...
Se interrumpió y fijó la vista en la pistola.
—¿Será capaz de mirarme a los ojos cuando lo haga? ¿Será capaz?
—Desde luego. Allá en la granja teníamos cerdos, apestosos jabalíes. Claro que seré capaz.
Sin apartar la mirada de los ojos húmedos y brillantes del wub, apretó el gatillo.

El sabor era excelente.
Estaban sentados con semblante de tristeza alrededor de la mesa; algunos apenas comían. El único que parecía disfrutar del plato era el capitán Franco.
—¿Más? —preguntó—. ¿Más? ¿Un poco más de vino?
—Yo no —respondió French—. Vuelvo a la sala de control.
—Yo tampoco. —Jones se puso en pie y empujó la silla hacia atrás—. Nos veremos más tarde.
El capitán les vio marcharse. Algunos de los que quedaban también se excusaron.
—¿Qué les ocurre a todos? —preguntó el capitán a Peterson.
Éste permanecía sentado con la vista fija en el plato, en las patatas, en los guisantes y en el trozo de carne humeante y tierna.
Abrió la boca, pero no emitió ningún sonido.
El capitán apoyó la mano en el hombro de Peterson.
—Ahora es tan sólo materia orgánica. La esencia vital ha desaparecido. —Mojó un trozo de pan en la salsa—. Me gusta comer. Es uno de los grandes placeres de la vida. Comer, descansar, meditar, discutir de algunas cosas.
Peterson asintió con un gesto. Otros dos hombres se levantaron y se marcharon. El capitán bebió agua y suspiró.
—Bien, he de admitir que es una comida muy agradable. Todo lo que me habían dicho acerca del... sabor del wub era cierto. Exquisito. Aunque me advirtieron, hace tiempo, que no lo hiciera nunca.
Se secó los labios con la servilleta y se recostó en la silla. Peterson miraba la mesa con expresión de tristeza.
El capitán le observó atentamente. Luego se inclinó hacia adelante.
—Vamos, vamos, anímese. Hablemos de cualquier cosa.
Sonrió.
—Como decía antes de que me interrumpieran, el papel de Ulises en los mitos...
Peterson se levantó de un salto con los ojos bien abiertos.
—Como iba diciendo, Ulises, desde mi punto de vista...


FIN

Título Original: Beyond Lies the Wub © 1952. 
Actividades: 

Algo de teoría antes de empezar:                                         


La narración: significa relatar un hecho, es decir, algo que sucede o sucedió. Tal hecho puede ser real (efectivamente ocurrido) o imaginario (inventado o recreado por alguien).
Una narración, a diferencia de otros tipos de texto, puede responder a la siguiente pregunta: ¿Qué ocurrió? La respuesta a esa pregunta constituye un resumen de la historia narrada.
Caracterizar la narración nos permite distinguirla de otros tipos de texto (la descripción, la argumentación, la explicación, la instrucción, la conversación).


Resuelve:
a-     nombra un tipo de narración que relate hechos reales y otro que narre hechos imaginarios.
b-     ¿Por qué decimos que una película y una historieta son narraciones?
c-     ¿Por qué este es  un cuento de ciencia ficción?
d-     ¿Quién no quiere y quién ayuda al wub?
e-    Cuenta lo que sucede en el cuento.
f-     Inventa un cuento de ciencia ficción ambientado en el espacio.
g-     Cuenta tu historia con imágenes o dibujos.


 Trabajo elaborado por el profesor Carlos Ariel Genco

 


A la deriva, de Horacio Quiroga

TALLER DE LECTURA Y ESCRITURA

A la deriva, de Horacio Quiroga.




Este cuento de Horacio Quiroga puede clasificarse como realista.  La acción se desarrolla en un ámbito en el que la naturaleza enfrenta al hombre y lo lleva a situaciones extremas. El título del relato es muy significativo: el personaje queda “a la deriva” en su canoa, que lo conduce al lugar en que tal vez podría ser atendido y curado. Pero también está “a la deriva” en la vida ya que, en un ambiente tan hostil, su existencia es insignificante y está sometida a toda clase de imprevistos: no puede cuidar la integridad de su cuerpo, ni prevenir la enfermedad, ni hacer nada para defenderse de las fuerzas en este caso destructivas de la naturaleza.


El hombre pisó algo blanduzco, y en seguida sintió la mordedura en el pie. Saltó adelante, y al volverse con un juramento, vió una
yararacusú que arrollada sobre sí misma esperaba otro ataque.

El hombre echó una veloz ojeada a su pie, donde dos gotitas de sangre engrosaban dificultosamente, y sacó el machete de la cintura. La
víbora vió la amenaza, y hundió más la cabeza en el centro mismo de su espiral; pero el machete cayó de plano, dislocándole las vértebras.

El hombre se bajó hasta la mordedura, quitó las gotitas de sangre, y durante un instante contempló. Un dolor agudo nacía de los dos
puntitos violeta, y comenzaba a invadir todo el pie. Apresuradamente se ligó el tobillo con su pañuelo y siguió por la picada hacia
su rancho.

El dolor en el pie aumentaba, con sensación de tirante abultamiento, y de pronto el hombre sintió dos o tres fulgurantes puntadas que como
relámpagos habían irradiado desde la herida hasta la mitad de la pantorrilla. Movía la pierna con dificultad; una metálica sequedad de
garganta, seguida de sed quemante, le arrancó un nuevo juramento.

Llegó por fin al rancho, y se echó de brazos sobre la rueda de un trapiche. Los dos puntitos violeta desaparecían ahora en la monstruosa
hinchazón del pie entero. La piel parecía adelgazada y a punto de ceder, de tensa. Quiso llamar a su mujer, y la voz se quebró en un ronco arrastre de garganta reseca. 
La sed lo devoraba.

--¡Dorotea!--alcanzó a lanzar en un estertor.--¡Dame caña!

Su mujer corrió con un vaso lleno, que el hombre sorbió en tres tragos. Pero no había sentido gusto alguno.

--¡Te pedí caña, no agua!--rugió de nuevo.--¡Dame caña!

--¡Pero es caña, Paulino!--protestó la mujer espantada.

--¡No, me diste agua! ¡Quiero caña, te digo!

La mujer corrió otra vez, volviendo con la damajuana. El hombre tragó uno tras otro dos vasos, pero no sintió nada en la garganta.

--Bueno; esto se pone feo--murmuró entonces, mirando su pie lívido y ya con lustre gangrenoso. Sobre la honda ligadura del pañuelo, la
carne desbordaba como una monstruosa morcilla.

Los dolores fulgurantes se sucedían en continuos relampagueos, y llegaban ahora a la ingle. La atroz sequedad de garganta que el
aliento parecía caldear más, aumentaba a la par. Cuando pretendió incorporarse, un fulminante vómito lo mantuvo medio minuto con la
frente apoyada en la rueda de palo.

Pero el hombre no quería morir, y descendiendo hasta la costa subió a su canoa. Sentóse en la popa y comenzó a palear hasta el centro del
Paraná. Allí la corriente del río, que en las inmediaciones del Iguazú corre seis millas, lo llevaría antes de cinco horas a Tacurú-Pucú.

El hombre, con sombría energía, pudo efectivamente llegar hasta el medio del río; pero allí sus manos dormidas dejaron caer la pala en la
canoa, y tras un nuevo vómito--de sangre esta vez--dirigió una mirada al sol que ya trasponía el monte.

La pierna entera, hasta medio muslo, era ya un bloque deforme y durísimo que reventaba la ropa. El hombre cortó la ligadura y abrió el
pantalón con su cuchillo: el bajo vientre desbordó hinchado, con grandes manchas lívidas y terriblemente dolorido. El hombre pensó que
no podría jamás llegar él solo a Tacurú-Pucú, y se decidió a pedir ayuda a su compadre Alves, aunque hacía mucho tiempo que estaban
disgustados.

La corriente del río se precipitaba ahora hacia la costa brasileña, y el hombre pudo fácilmente atracar. Se arrastró por la picada en cuesta
arriba, pero a los veinte metros, exhausto, quedó tendido de pecho.

--¡Alves!--gritó con cuanta fuerza pudo; y prestó oído en vano.

--¡Compadre Alves! ¡No me niegue este favor!--clamó de nuevo, alzando la cabeza del suelo.--En el silencio de la selva no se oyó un sólo rumor. 
El hombre tuvo aún valor para llegar hasta su canoa, y la corriente, cogiéndola de nuevo, la llevó velozmente a la deriva.

El Paraná corre allí en el fondo de una inmensa hoya, cuyas paredes, altas de cien metros, encajonan fúnebremente el río. Desde las orillas
bordeadas de negros bloques de basalto, asciende el bosque, negro también. Adelante, a los costados, detrás, la eterna muralla lúgubre,
en cuyo fondo el río arremolinado se precipita en incesantes borbollones de agua fangosa. El paisaje es agresivo, y reina en él un
silencio de muerte. Al atardecer, sin embargo, su belleza sombría y calma cobra una majestad única.

El sol había caído ya cuando el hombre, semi-tendido en el fondo de la canoa, tuvo un violento escalofrío. Y de pronto, con asombro, enderezó
pesadamente la cabeza: se sentía mejor. La pierna le dolía apenas, la sed disminuía, y su pecho, libre ya, se abría en lenta inspiración.

El veneno comenzaba a irse, no había duda. Se hallaba casi bien, y aunque no tenía fuerzas para mover la mano, contaba con la caída del
rocio para reponerse del todo. Calculó que antes de tres horas estaría en Tacurú-Pucú.

El bienestar avanzaba, y con él una somnolencia llena de recuerdos. No sentía ya nada ni en la pierna ni en el vientre. ¿Viviría aún su
compadre Gaona en Tacurú-Pucú? Acaso viera también a su ex-patrón míster Dougald, y al recibidor del obraje.

¿Llegaría pronto? El cielo, al poniente, se abría ahora en pantalla de oro, y el río se había coloreado también. Desde la costa paraguaya, ya
entenebrecida, el monte dejaba caer sobre el río su frescura crepuscular, en penetrantes efluvios de azahar y miel silvestre. Una
pareja de guacamayos cruzó muy alto y en silencio hacia el Paraguay.

Allá abajo, sobre el río de oro, la canoa derivaba velozmente, girando a ratos sobre sí misma ante el borbollón de un remolino. El hombre que
iba en ella se sentía cada vez mejor, y pensaba entretanto en el tiempo justo que había pasado sin ver a su ex-patrón Dougald. ¿Tres
años? Tal vez no, no tanto. ¿Dos años y nueve meses? Acaso. ¿Ocho meses y medio? Eso sí, seguramente.

De pronto sintió que estaba helado hasta el pecho. ¿Qué sería? Y la respiración también...

Al recibidor de maderas de míster Dougald, Lorenzo Cubilla, lo había conocido en Puerto Deseado, un viernes santo... ¿Viernes? Sí, o
jueves...

El hombre estiró lentamente los dedos  de  la mano.

--Un jueves...

Y cesó de respirar.


Actividades
1.      Subrayar cuáles de las siguientes palabras y construcciones del cuento pueden asociarse con la muerte (consulten el diccionario si no conocen algún término):

fúnebremente – frescura – lustre gangrenoso – veloz ojeada – lúgubre – remolino – majestad – manchas lívidas – obraje – tiempo justo – pantalla de oro – fulminante vómito.

2.      Subrayar  con lápiz en el texto, por lo menos, dos expresiones que remitan a la transformación corporal provocada por la mordedura de la víbora.
3.      ¿Se conoce desde el comienzo del cuento el ambiente en el que se desarrolla la acción? ¿Algún indicio permite suponerlo? ¿En qué lugar del cuento esto se vuelve claro?
4.      ¿Cuál es la primera referencia acerca del lugar donde habita “el hombre”? Subrayarla en el cuento.
5.      Hacia el final, los recuerdos se acumulan en la mente del personaje. A partir de esos recuerdos, ¿qué se puede reconstruir acerca de su vida?
6.      ¿La muerte del hombre toma por sorpresa al lector? ¿Por qué? Cita la parte donde parece mejorar el protagonista.
7.      ¿Por qué  el narrador se refiere siempre a él como “el hombre” y nunca por su nombre?
8.   Inventa un cuento sobre alguien a quién le pasa algo parecido (daño de un animal o accidente en circunstancias desfavorables) y tiene que llegar a algún lado para curarse.

Trabajo elaborado por el profesor Carlos Ariel Genco, Viedma, Río Negro, Argentina



Lo que se dice un ídolo


TALLER DE LECTURA Y ESCRITURA

 Lo que se dice un ídolo


Roberto Fontanarrosa (un groso)     




Pedrito se apioló tarde de cómo venía la mano. Porque él podía haber sido un ídolo, un ídolo popular, desde mucho tiempo antes. Lo que pasa que el Pedro, vos viste cómo es, un tipo que se pasa de correcto, de buen tipo. Decime vos, ocho años jugando en primera y no lo habían expulsado nunca. ¡Nunca, mi viejo nunca! Ni una expulsión ni una tarjeta amarilla aunque sea. Y mirá que liga, eh. Porque siempre fue para adelante y lo estrolaban que daba gusto. Muy respetado por los rivales, por el referí, por todos, pero le pegaban cada guadañazo que ni te cuento. Y sin embargo, nunca reaccionó. Mirá que más de una vez se podía haber levantado y haberle puesto un castañazo al que le había hecho el ful, o a la vuelta siguiente encajarle un codazo, pero él... nada che. Una niña. Un duque el Pedro. Claro, ¿cómo no lo iban a querer? Los contrarios, los compañeros, todos. Pero... ¿querés que te diga? No sé si era cariño, cariño, por ahí era respeto, más que nada. Respeto. ¿Viste? Porque mirá que yo lo conozco al Pedro y te digo que no es un tipo demasiado fácil para acercarse, para hablar, para... ¿cómo te digo?... para que se te franquee. ¿Viste? No es un tipo que va a venir y sin que vos le preguntés nada te va a contar de algún balurdo que tiene, algún fato afectivo... no, no es de esos. Es un tipo más bien reconcentrado que, a veces, para que te cuente qué le pasa, la puta, se lo tenés que preguntar mil veces, y eso que a mí me conoce mucho. Incluso yo a veces le decía: “No dejés que te peguen” porque me daba bronca ver cómo la ligaba y se quedaba muzarella. “No dejes que te peguen, Pedro” le decía. “Poneles una quema, meteles una buena plancha, a ver si así te van a entrar tan fuerte”.Y me decía que no, que es muy jodido pegar siempre siendo delantero. Sí, andá a decirle al Pepe Sasía eso, andá a decirle al cordobés Willington que no se puede pegar siendo delantero. O al negro Pelé, sin ir más lejos, que tiene el record de tipos quebrados. Andá a decirle al Pepe Sasía que a los delanteros les es más difícil pegar. El Pepe te metía cada hostiazo que te arrancaba la sabiola. Le bajaba cada plancha a los fulbá que te la voglio dire. Pero al Pedro qué le iba a pedir eso. Si ni cuando se armaban esos bolonquis de todos contra todos o esos entreveros con el referí en el medio, que son ¿sabe qué? pa repartir tupido, son una uva, él se quedaba a un costado, con los bracitos en la cintura, ni se acercaba. Y en esos entreveros no hay peligro ni de que te echen, ahí te meten esos puntines en los tobillos, o te tiran del pelo, te meten los dedos en los ojos o te african un cabezazo y vale todo. Nadie vio nada. Que siga la joda. Y no era que el Pedro no se metiera de cagón, ¿eh? Porque eso sí, de cagón nunca tuvo un carajo. Un tipo que se mete en el área como se mete el Pedro, oíme, a un tipo de esos ni en pedo lo podés catalogar de cagón. Pedro no se calentaba. Tenía eso. No se calentaba. No era un tipo que se podía calentar. Lo fajaban y se quedaba en el molde. Y la hinchada lo quería, sí, pero nada más. Cuando salía de los vestuarios, después del partido, las palmaditas, “Bien Pedro”, “Buena Pedrito”. Pero ahí nomás. A veces algún cantito. O no lo puteaban demasiado cuando perdían. El Pedro siempre normal, en siete puntos, seis puntos, como diría el Flaco. ¿Sabés cuál era la cagada del Pedro? Yo lo estuve pensando. Era muy lógico. Mirá vos, era muy lógico. Nunca decía algo fuera de la lógica. Todo era, digamos, criterioso. Pensando. Lógico, todo era lógico. Me acuerdo que íbamos a jugar contra Boca, en Buenos Aires, y le preguntan qué pensaba del partido. Y él contesta que lo más probable era que perdiéramos. Que con un empate estábamos hechos. ¡Por supuesto que lo más probable cuando salís de visitante es que te hagan el h…, y no en cancha de Boca, en cualquiera. Pero, viejo, qué sé yo, agrandate, decí: “les vamos a romper el c…”, “les vamos a hacer tricota”, qué sé yo. No te digo siempre, pero alguna vez, andá en ganador. No, el Pedro siempre con la justa: “La verdad que nos van a ganar”. “Si sacamos un empate estamos hechos”. “La lógica es que nos rompan el o…”.Claro, desde un punto de vista razonable, todo lo que él declaraba era cierto. No se le podía discutir. O cuando se perdía. Era lo mismo que cuando lo fajaban. Siempre estaba de acuerdo con el resultado. “Nos ganaron bien”, “jugando así nosotros, era lógico que nos ganaran”, “nos tendrían que haber hecho más goles”. Nunca se enojaba. Era como cuando lo fajaban los defensores. Se la bancaba siempre. Nunca ibas a leer declaraciones de que les habían afanado el partido, que los habían cagado a patadas, que les habían cagado a patadas, que les habrían cobrado un gol en offside. Nunca. ¡Te imaginás! Fue premio a la caballerosidad deportiva como mil veces. Y cuando se armó la primera vez este fato con la mina ésa, también. Porque tampoco el Pedro era un tipo que le podías buscar una fulería en su vida privada. Padres macanudos, ningún problema con los viejos, y la Isabel, la noviecita de toda la vida. Y pará de contar. Ni jodas, ni calavereadas, ni un chancletazo por ahí. Nada. Fue cuando le inventaron el fato ese con la Mirna Clay, la cabaretera esa. ¡Mirá vos! Justamente a Pedro venirle a inventar que se encamaba con esa mina. Al Pedro, que la Isabelita lo tenía más marcado que los fulbás contrarios. Y además, ni falta hacía marcarlo, porque para eso era un nabo. Pero vos viste que hay periodistas que ya no saben qué carajo inventar y armaron todo el verso ese de que el Pedro andaba con la Mirna Clay. ¡El quilombo que se armó! ¡Para qué! El Pedro, ahí sí, fue a la revista, chilló, tiró la bronca y los ñatos de la revista pegaron marcha atrás y desmintieron todo. Que habían sido rumores, que eran todas mulas, en fin. La cosa que el Pedro se quedó tranquilo. Y fijate que ahí yo estuve a punto pero a punto de decirle algo, pero me callé la boca. Dijo: “callate Negro, que por ahí la embarrás” y me callé bien la boca. Yo los conozco mucho a los viejos, a la Isabelita, ¿sabés? y preferí quedarme en el molde. Pero mirá vos, para el tiempo, y esta otra revista empieza con la misma milonga. Con otra mina pero con la misma milonga. Ahora con la loca ésta, la Ivonne Babette, pero con el mismo verso. Que los habían visto juntos, que parecía que el Pedrito se la movía, que qué sé yo. Para colmo la mina ésta que debe ser más rápida... una luz la mina... agarró el bochín y empezó con que estaban perdidamente enamorados, que Pedro era el único amor de su vida, en fin. Se ve que armaron el estofado a partir de esa foto que salió cuando el equipo tenía que viajar a Perú y les sacaron una foto en el aeropuerto cuando justo estaba la reventada ésta que también viajaba en el mismo avión. Para colmo la mina sale al lado de Pedro. Eran como mil en la delegación pero dio la puta casualidad que esta mina sale junto al Pedro. Y se ve que ahí armaron el estofado. Qua a la mina le viene macanudo, mirá qué novedad. Y ahí sí, lo agarré al Pedro y le dije: “Pedrito, no hagás declaraciones. No digás ni desmientas nada. Quedate chanta, haceme caso”. Lo corrí un poco con el verso de que él no podía prestarse a ese escándalo, que él tenía que mantenerse por sobre toda esa suciedad, que no tenía que prestarse siquiera a hablar del asunto. Que ya bastante se había ensuciado antes con el balurdo anterior con la Mirna Clay. Y el Pedro me hizo caso. Lo llamaban de los diarios y él decía que no iba a hablar del asunto. Que no insistieran. Y los periodistas, que son lerdos también, se agarraron de eso que “el que calla otorga”. Y dieron el caso como comprobado. Hasta diarios más serios hablaron del caso del Pedro con esta mina. Y la mina ¡para qué te cuento! inventó cualquier boludez para darle manija al asunto. Cuando el Pedro quiso parar la cosa, ya era demasiado grande y tuvo que quedarse en el molde. Eso habrá durado un par de semanas. La Isabelita se enojó con el Pedro y casi lo manda a la mierda, los diarios dijeron que esa pelota confirmaba el enganche del Pedro con la Babette ésta, en fin, un quilombo impresionante. Al domingo siguiente, tenían que jugar en buenos Aires un partido chivo contra Vélez. Y al Pedro lo marca Carpani, un hijo de mil p… que le pega hasta a la madre y este Carpani lo empieza a cargar. Le decía: “¡Qué m… te vas a voltear vos a esa mina, si vos en tu vida te volteaste ninguna!”, “ya que sos tan macho animate a entrar al área que te voy a romper la gamba en cuatro pedazos”, esas cosas. Y le tocaba el culo. Al final el Pedro, mirá como estaría, le pegó semejante roscazo que le arruinó la jeta. Le puso una quema en medio de la trucha que lo sentó de culo en el punto del penal. ¡Te imaginás lo que fue eso! Que al terrible Carpani, el choma que se comía los pibes crudos, el patrón del área, le pusieran semejante hostia en la propia cancha de Vélez, en el Fortín de Villa Luro. Lo tuvieron que sacar en camilla porque quedó boludo como media hora. Y a Pedro, más bien, tarjeta roja y a los vestuarios. Por primera vez en la vida. Pero después me contaba, los de Vélez lo miraban pasar para las duchas y no decían nada, lo miraban nomás. Hasta hubo uno que le dio la mano. Le dieron pocos partidos. Y volvió en cancha nuestra, contra la lepra. Y ahí se confirmó mi teoría. Era un mundo de gente. Muchos habían ido por el partido, pero muchos habían ido para verlo al Pedro. ¡Y cuando entró... se venía abajo la tribuna, mi viejo! “Y dele, y dele, y dele Pedro, dele” cantaban los negros. Era una locura. “Y pegue, y pegue, y pegue Pedro pegue”. Como será que hasta el Pedro se emocioná y se apartó y se apartó de los muchachos para saludar a la hinchada con los dos brazos en alto. Una locura. Ahí empezó a ser ídolo. Ahí empezó. Aunque no me lo reconozca porque nunca volvió a darme demasiada perfecto, viejo. Si no tenés ninguna fulería, si no te han cazado en ningún renuncio... ¿Cómo m… la gente se va a sentir identificada con vos? ¿Qué tenés en común con los monos de la tribuna? No, mi viejo. Decí que el Pedrito se apioló tarde de cómo viene la mano.
 FIN

 Nota del profesor: el uso de malas palabras obedece a la necesidad de Roberto Fontanarrosa de representar, imitar, el lenguaje usado por los hinchas de fútbol. Por lo tanto, no se puede repetir lo mismo con otro uso en el aula.
 
 Cuestionario:               
1-      ¿Cómo es el personaje del cuento? ¿Qué característica tiene y cómo se muestra en su conducta?

2-      ¿De qué trata el cuento?

3-      ¿Por qué razón el personaje se vuelve un ídolo?¿Qué le pedía la tribuna?

4-      ¿Qué relación existe entre el cuento y el título? ¿Cómo se justifica el título en el cuento?

5-      Cita 15 palabras del lenguaje futbolero de hincha o de barrio y explíquelas en lenguaje normal o con el diccionario.

6-      Inventa un cuento de fútbol dónde un jugador o el equipo tenga alguna característica especial y luego la cambie momentáneamente, contado en 1° persona. (mínimo media página)

7-      Crea un cuento de fútbol y utiliza las 15 palabras buscadas en la pregunta 4 propias del lenguaje futbolero.

8-      ¿Por qué crees que el narrador utiliza palabras en inglés? Luego busca el origen del fútbol en Internet y cópialo en el trabajo.

9-      Pregunta a alguien que conozcas, futbolero: a. ¿Por qué el pueblo argentino es tan futbolero? b. ¿Qué se siente jugar al fútbol o ir y estar en una cancha? Copia las respuestas.


 Trabajo elaborado por el profesor Carlos Ariel Genco