miércoles, 13 de septiembre de 2017

El tigre DE HORACIO QUIROGA



El tigre   DE hORACIO qUIROGA

Nunca vimos en los animales de casa orgullo mayor que el que sintió nuestra gata cuando le dimos a amamantar una tigrecita recién nacida.

La olfateó largos minutos por todas partes hasta volverla de vientre; y por más largo rato aún, la lamió, la alisó y la peinó sin parar mientes en el ronquido de la fierecilla, que, comparado con la queja maullante de los otros gatitos, semejaba un trueno.

Desde ese instante y durante los nueve días en que la gata amamantó a la fiera, no tuvo ojos más que para aquella espléndida y robusta hija llovida del cielo.

Todo el campo mamario pertenecía de hecho y derecho a la roncante princesa. A uno y otro lado de sus tensas patas, opuestas como vallas infranqueables, los gatitos legítimos aullaban de hambre.

La tigre abrió, por fin, los ojos y, desde ese momento, entró a nuestro cuidado. Pero, ¡qué cuidado! Mamaderas entibiadas, dosificadas y vigiladas con atención extrema; imposibilidad para incorporarnos libremente, pues la tigrecilla estaba siempre entre nuestros pies. Noches en vela, más tarde, para atender los dolores de vientre de nuestra pupila, que se revolcaba con atroces calambres y sacudía las patas con una violencia que parecía iba a romperlas. Y, al final, sus largos quejidos de extenuación, absolutamente humanos. Y los paños calientes, y aquellos minutos de mirada atónita y velada por el aplastamiento, durante los cuales no nos reconocía.

No es de extrañar, así, que la salvaje criatura sintiera por nosotros toda la predilección que un animal siente por lo único que desde nacer se vio a su lado.

Nos seguía por los caminos, ente los perros y un coatí, ocupando siempre el centro de la calle.

Caminaba con la cabeza baja, sin parecer ver a nadie, y menos todavía a los peones, estupefactos ante su presencia bien insólita en una carretera pública.

Y mientras los perros y el coatí se revolvían por las profundas cunetas del camino, ella, la real fiera de dos meses, seguía gravemente a tres metros detrás de nosotros, con su gran lazo celeste al cuello y sus ojos del mismo color.

Con los animalitos de presa se suscita, tarde o temprano, el problema de la alimentación con carne viva.

Nuestro problema, retardado por una constante vigilancia, estalló un día, llevándose la vida de nuestra predilecta con él.

La joven tigre no comía sino carne cocida. Jamás había probado otra cosa. Aún más; desdeñaba la carne cruda, según lo verificamos una y otra vez. Nunca le notamos interés alguno por las ratas del campo que de noche cruzaban el patio y, menos aún, por las gallinas, rodeadas entonces de pollos.

Una gallina nuestra, gran preferida de la casa, criada al lado de las tazas de café con leche, sacó en esos días pollitos. Como madre, era aquella gallina única; no perdía jamás un pollo. La casa, pues, estaba de parabienes.

Un mediodía de esos, oímos en el patio los estertores de agonía de nuestra gallina, exactamente como si la estrangularan. Salté afuera y vi a nuestra tigre, erizada y espumando sangre por la boca, prendida con garras y dientes del cuello de la gallina.

Más nervioso de lo que yo hubiera querido estar, cogí a la fierecilla por el cuello y la arrojé rodando por el piso de arena del patio y sin intención de hacerle daño.

Pero no tuve suerte. En un costado del mismo patio, entre dos palmeras, había ese día una piedra. Jamás había estado allí. Era en casa un rígido dogma el que no hubiera nunca piedras en el patio. Girando sobre sí misma, nuestra tigre alcanzó hasta la piedra y golpeó contra ella la cabeza. La fatalidad procede a veces así.

Dos horas después nuestra pupila moría. No fue esa tarde un día feliz para nosotros. Cuatro años más tarde, hallé entre los bambúes de casa, pero no en el suelo, sino a varios metros de altura, mi cuchillo de monte con que mis chicos habían cavado la fosa para la tigresita y que ellos habían olvidado de recoger después del entierro.

Había quedado, sin duda, sujeto entre los gajos nacientes de algún pequeño bambú. Y, con su crecimiento de cuatro años, la caña había arrastrado mi cuchillo hasta allá.

Horacio Quiroga

ACTIVIDADES

I-Lee el cuento de Horacio Quiroga y realiza los ejercicios propuestos:

a) El título, ¿refleja el contenido del cuento?

b) ¿De qué trata el cuento?

c) ¿Cuáles son las ideas secundarias?

d) ¿Los personajes son reales, simbólicos o tipos?

d) Caracteriza a los personajes.

e) ¿Hay personajes que conjugan algún tipo de valor ético, estético, ideológico u otro?

f) ¿En qué tipo de escenario se desarrolla el hilo de la acción?

g) La acción del cuento es ¿complicada o sencilla?, ¿lenta o rápida?

II-De las respuestas a estas preguntas deduce: ¿Cumple este relato con las características del cuento realista?

III-Cambia el final del cuento por un desenlace feliz.

El marinero náufrago



El marinero náufrago
Enrique Andersen Imbert
Compuesto, según algunos egiptólogos,
entre 2135 y 2040 a.C.
   Un importante funcionario de la corte vuelve después de una expedición, con sentimientos de fracaso y de temor ante posibles castigos. Al verlo tan deprimido, un servidor quiere animarlo contándole una aventura personal que probará que los desastres suelen ser compensados con dichas. Ésta es la aventura, en el Mar Rojo:
Ha zarpado en un barco, junto con otros ciento veinte hombres, de los mejores de Egipto, y en una tormenta el barco se hunde y los ciento veinte hombres se ahogan. Él, asido a una tabla, arriba a una isla desierta. Durante tres días vive solo, sin más compañía que la de su corazón. De pronto tiembla la tierra y crujen los árboles: es una serpiente gigantesca, con escamas de oro. El marinero queda paralizado de terror. La serpiente, entonces, lo alza con la boca y, sin dañarlo, se lo lleva a su vivienda, donde le pregunta:
-¿Quién te ha traído a esta isla?
-Una ola de mar -contesta el marinero, y le explica su viaje, su naufragio…
-No te asustes -dice la serpiente-. Dios te ha traído a esta fantasmal Isla de la Abundancia. Dentro de cuatro meses vendrá un barco tripulado por amigos tuyos que te llevarán al palacio del rey. Sano y salvo, tendrás el placer de contar tu aventura. La mía es más triste: yo vivía muy feliz, en el seno de mi familia de serpientes, cuando cayó una estrella y todos, menos yo, murieron quemados. Tú, en cambio, volverás a tu mujer y a tus hijos
El marinero se postra y promete a la serpiente que la hará famosa y que desde Egipto le mandará navíos con riquezas y perfumes. La serpiente se ríe: las mejores riquezas, los mejores perfumes ya están en la isla; además nadie volverá a ver esta isla pues apenas el marinero se vaya, la isla se disolverá en el mar.
Tal como se lo han predicho, el marinero ve acercarse un navío con amigos y va a saludar a la serpiente, quien le regala un cargamento de cosas preciosas. Se abrazan y despiden. Nadie, nunca más, ha vuelto a ver ni a la serpiente ni la isla.
Termina el servidor su cuento y el funcionario, que sigue deprimido, le contesta:
-Tu cuento no me saca de la desesperación. ¿De qué vale dar en la madrugada agua al ganso siendo que esa misma mañana han de retorcerle el cuello?
Actividades
1. En el texto de Anderson Imbert hay tres historias:
a) Pinta cada una con un color diferente.
b) Explica brevemente qué narra cada una.
c) ¿Cómo clasificarías a cada una de las historias que aparece en este cuento? Fundamenta tu respuesta.
d) ¿Cómo clasificarías a todo el cuento? Explica.
e) Subraya en el texto las oraciones que anuncian el comienzo y el fin de la narración central.
f) De la historia que sirve de marco a la más extensa, extrae un sustantivo y un adjetivo que reflejen el estado de ánimo del personaje principal.
2. Explica el significado que tiene la oración final del relato, en relación con la historia más breve.
3. ¿Cuál es la función del lenguaje y la trama predominante en el texto?
4. Señala y extrae los adjetivos y clasifícalos.
5. En el texto subraya 4 verbos.
6. Llena los espacios en blanco, según corresponda.
Sustantivo colectivo     /          sustantivo individual
Tripulación                  /           ……………………
…………………..       /           estrella
……………………..    /           navío
Familia                        /           ……………………
7. Clasifica las siguientes palabras en agudas, graves o esdrújulas: compañía, árboles, volverá, gigantesca, corazón, terror.

Viejo con árbol de Roberto Fontanarrosa



PARA PRIMER AÑO DE SAN BLAS Y EEST Nº 1
Viejo con árbol de Roberto Fontanarrosa



A un costado de la cancha había yuyales y, más allá, el terraplén del ferrocarril. Al otro costado, descampado y un árbol bastante miserable. Después las otras dos canchas, la chica y la principal. Y ahí, debajo de ese árbol, solía ubicarse el viejo.
Había aparecido unos cuantos partidos atrás, casi al comienzo del campeonato, con su gorra, la campera gris algo raída, la camisa blanca cerrada hasta el cuello y la radio portátil en la mano. Jubilado seguramente, no tendría nada que hacer los sábados por la tarde y se acercaba al complejo para ver los partidos de la Liga. Los muchachos primero pensaron que sería casualidad, pero al tercer sábado en que lo vieron junto al lateral ya pasaron a considerarlo hinchada propia. Porque el viejo bien podía ir a ver los otros dos partidos que se jugaban a la misma hora en las canchas de al lado, pero se quedaba ahí, debajo del árbol, siguiéndolos a ellos.
Era el único hincha legítimo que tenían, al margen de algunos pibes chiquitos; el hijo de Norberto, los dos de Gaona, el sobrino del Mosca, que desembarcaban en el predio con las mayores y corrían a meterse entre los cañaverales apenas bajaban de los autos.
--Ojo con la vía, alertaba siempre Jorge mientras se cambiaban.
--No pasan trenes, casi, tranquilizaba Norberto. Y era verdad, o pasaba uno cada muerte de obispo, lentamente y metiendo ruido.
--¿No vino la hinchada?, ya preguntaban todos al llegar nomás, buscando al viejo-. ¿No vino la barra brava?
Y se reían. Pero el viejo no faltaba desde hacía varios sábados, firme debajo del árbol, casi elegante, con un cierto refinamiento en su postura erguida, la mano derecha en alto sosteniendo la radio minúscula, como quien sostiene un ramo de flores. Nadie lo conocía, no era amigo de ninguno de los muchachos.
--La vieja no lo debe soportar en la casa y lo manda para acá, bromeó alguno.
--Por ahí es amigo del referí, dijo otro. Pero sabían que el viejo hinchaba para ellos de alguna manera, moderadamente, porque lo habían visto aplaudir un par de partidos atrás, cuando le ganaron a Olimpia Seniors.
Y ahí, debajo del árbol, fue a tirarse el Soda cuando decidió dejarle su lugar a Eduardo, que estaba de suplente, al sentir que no daba más por el calor. Era verano y ese horario para jugar era una locura. Casi las tres de la tarde y el viejo ahí, fiel, a unos metros, mirando el partido. Cuando Eduardo entró a la cancha --casi a desgano, aprovechando para desperezarse-- cuando levantó el brazo pidiéndole permiso al referí, el Soda se derrumbó a la sombra del arbolito y quedó bastante cerca, como nunca lo había estado: el viejo no había cruzado jamás una palabra con nadie del equipo.
El Soda pudo apreciar entonces que tendría unos setenta años, era flaquito, bastante alto, pulcro y con sombra de barba. Escuchaba la radio con un auricular y en la otra mano sostenía un cigarrillo con plácida distinción.
--¿Está escuchando a Central Córdoba, maestro? --medio le gritó el Soda cuando recuperó el aliento, pero siempre recostado en el piso. El viejo giró para mirarlo. Negó con la cabeza y se quitó el auricular de la oreja.
--No sonrió. Y pareció que la cosa quedaba ahí. El viejo volvió a mirar el partido, que estaba áspero y empatado. Música dijo después, mirándolo de nuevo.
--¿Algún tanguito?, probó el Soda.
--Un concierto. Hay un buen programa de música clásica a esta hora.
El Soda frunció el entrecejo. Ya tenía una buena anécdota para contarles a los muchachos y la cosa venía lo suficientemente interesante como para continuarla. Se levantó resoplando, se bajó las medias y caminó despacio hasta pararse al lado del viejo.
--Pero le gusta el fútbol --le dijo--. Por lo que veo.
El viejo aprobó enérgicamente con la cabeza, sin dejar de mirar el curso de la pelota, que iba y venía por el aire, rabiosa.
--Lo he jugado. Y, además, está muy emparentado con el arte --dictaminó después--. Muy emparentado.
El Soda lo miró, curioso. Sabía que seguiría hablando, y esperó.
--Mire usted nuestro arquero --efectivamente el viejo señaló a De León, que estudiaba el partido desde su arco, las manos en la cintura, todo un costado de la camiseta cubierto de tierra--. La continuidad de la nariz con la frente. La expansión pectoral. La curvatura de los muslos. La tensión en los dorsales --se quedó un momento en silencio, como para que el Soda apreciara aquello que él le mostraba--. Bueno... Eso, eso es la escultura...
El Soda adelantó la mandíbula y osciló levemente la cabeza, aprobando dubitativo.
--Vea usted --el viejo señaló ahora hacia el arco contrario, al que estaba por llegar un córner-- el relumbrón intenso de las camisetas nuestras, amarillo cadmio y una veladura naranja por el sudor. El contraste con el azul de Prusia de las camisetas rivales, el casi violeta cardenalicio que asume también ese azul por la transpiración, los vivos blancos como trazos alocados. Las manchas ágiles ocres, pardas y sepias y siena de los muslos, vivaces, dignas de un Bacon. Entrecierre los ojos y aprécielo así... Bueno... Eso, eso es la pintura.
Aún estaba el Soda con los ojos entrecerrados cuando al viejo arreció.
--Observe, observe usted esa carrera intensa entre el delantero de ellos y el cuatro nuestro. El salto al unísono, el giro en el aire, la voltereta elástica, el braceo amplio en busca del equilibrio... Bueno... Eso, eso es la danza...
El Soda procuraba estimular sus sentidos, pero sólo veía que los rivales se venían con todo, porfiados, y que la pelota no se alejaba del área defendida por De León.
--Y escuche usted, escuche usted... --lo acicateó el viejo, curvando con una mano el pabellón de la misma oreja donde había tenido el auricular de la radio y entusiasmado tal vez al encontrar, por fin, un interlocutor válido--... la percusión grave de la pelota cuando bota contra el piso, el chasquido de la suela de los botines sobre el césped, el fuelle quedo de la respiración agitada, el coro desparejo de los gritos, las órdenes, los alertas, los insultos de los muchachos y el pitazo agudo del referí... Bueno... Eso, eso es la música...
El Soda aprobó con la cabeza. Los muchachos no iban a creerle cuando él les contara aquella charla insólita con el viejo, luego del partido, si es que les quedaba algo de ánimo, porque la derrota se cernía sobre ellos como un ave oscura e implacable.
--Y vea usted a ese delantero... --señaló ahora el viejo, casi metiéndose en la cancha, algo más alterado--... ese delantero de ellos que se revuelca por el suelo como si lo hubiese picado una tarántula, mesándose exageradamente los cabellos, distorsionando el rostro, bramando falsamente de dolor, reclamando histriónicamente justicia... Bueno... Eso, eso es el teatro.
El Soda se tomó la cabeza.
--¿Qué cobró? --balbuceó indignado.
--¿Cobró penal? --abrió los ojos el viejo, incrédulo. Dio un paso al frente, metiéndose apenas en la cancha--. ¿Qué cobrás? --gritó después, desaforado--. ¿Qué cobrás, referí y la reputísima madre que te parió?
El Soda lo miró atónito. Ante el grito del viejo parecía haberse olvidado repentinamente del penal injusto, de la derrota inminente y del mismo calor. El viejo estaba lívido mirando al área, pero enseguida se volvió hacia el Soda tratando de recomponerse, algo confuso, incómodo.
--... ¿Y eso? --se atrevió a preguntarle el Soda, señalándolo.
--Y eso... --vaciló el viejo, tocándose levemente la gorra--...Eso es el fútbol. 
CUESTIONARIO:
1-      ¿Cuándo y dónde sucede este cuento? ¿Qué tipo de cuento es? ¿Por qué?
2-      Clasifica las palabras del primer párrafo en agudas, graves y esdrújulas.
3-      Identifica y copia los adjetivos calificativos que tiene el cuento sobre el viejo.
4-      Caracteriza los personajes y realiza un dibujo del cuento.
5-      Cuenta el argumento con tus palabras
6-      ¿Con qué compara el fútbol el viejo? ¿Con qué artes lo compara? ¿Por qué crees que lo hace?
7-      Los futbolistas: ¿son héroes o ídolos? ¿Qué diferencia hay en estas dos palabras?
8-      ¿Cuál es tu ídolo y por qué?
9-      Si fueras un héroe o un ídolo de algo: ¿De qué serías y qué harías?
10-  Cuenta una anécdota asociada con el fútbol y tu familia o amigos (min. 10 renglones)
11-  Crea un cuento donde se resalte el fútbol  u otro deporte  (min. 15 renglones).